INSTITUTO DE INDOLOGÍA

LA INDIA FILOSÓFICA: ADVAITA VEDANTA EN LA VIDA Y EN LA OBRA DE J. D. SALINGER

PEDRO CARRERO ERAS

 

 

1. Sobre el término filosófico

  Aclararé, antes de nada, lo siguiente sobre el término filosófico que aparece en el título de este trabajo. Filosófico lo uso teniendo en cuenta las múltiples conexiones que tiene con la religión y lo religioso, y mucho más en una cultura como la india. Quede bien entendido que cuando hablamos de la India filosófica me refiero a un conjunto de ideas sobre la concepción del ser, del mundo y del universo que lo mismo tienen su expresión tanto en el plano teórico como en el práctico, entendiendo aquí lo práctico como lo más cercano a las prácticas religiosas. Los límites entre lo filosófico y lo religioso tienden a borrarse, de forma que los aspectos filosóficos a los que hace referencia este trabajo tienen que ver muy directamente con el conocimiento de cuestiones transcendentales que supone también una actitud religiosa −aunque esta no se materialice necesariamente en una serie de prácticas−, como es el tema del conocimiento de Dios o el intento de explicación sobre la razón de ser y el destino de los seres humanos, el misterio de la muerte y la misma relación con la divinidad.

 

2. Un ejemplo de la narrativa de Salinger para entrar en materia

Se trata de un pasaje de un relato extenso titulado Franny, de J. D. Salinger, de 1955[1]. Una joven universitaria, Franny (Frances), estudiante de Literatura Inglesa, está comiendo en un restaurante con su novio, Lan, también universitario y también estudiante de Literatura. Ella acaba de llegar desde otra ciudad para pasar el fin de semana y asistir con su novio a un partido de fútbol. El joven le habla de un trabajo que ha escrito sobre Flaubert, que ha merecido un 10 e incluso un profesor le ha dicho que debería publicarlo. El joven se muestra muy ufano y orgulloso, porque cree que en los últimos años no se ha escrito nada sobre Flaubert que valga la pena. Entonces Franny le interrumpe con este comentario: «Estás hablando como un suplente. Exactamente igual» (p. 24). A este comentario tan poco amable sigue una explicación sobre la petulancia, pedantería y superioridad de muchos profesores que «van por ahí destrozándolo todo» (p. 25). Franny expresa incluso su deseo de dejar Literatura Inglesa, porque «Estoy tan harta de pedantes y engreídos demoledores que podría ponerme a chillar» (ibíd.).

¿Por qué reacciona Franny de esa manera tan cruda con su novio? Ella confiesa haber pasado una mala semana y estar fatigada. Y, más adelante, hablando de personajes conocidos, como un colega de Lane y de profesores que escriben poesía, añade: «Todo lo que hace la gente es tan…, no sé, no es malo, ni siquiera mezquino, tampoco estúpido necesariamente. Simplemente tan minúsculo e insignificante, y… deprimente» (p. 35).

Más adelante la conversación asciende en tensión pero también, en lo que a los comentarios de Franny se refiere, en significado religioso y filosófico. Franny ha dejado su grupo de teatro, para sorpresa de su novio, porque se siente en él como una especie de «egomaníaca», y se refiere a «todo el ego que hay en el asunto» (p. 37) de ser actor. Franny declara que no tiene miedo de competir, sino que tiene miedo porque teme que acabará compitiendo, precisamente:

…porque me gusta el aplauso y que la gente me admire, pero eso no lo justifica. Me avergüenzo de ello. Me da náuseas. Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto. Me da asco de mí misma y de todos los que quieren causar sensación (p. 39).

Franny teme estar volviéndose loca, pero quizá lo que no sabe todavía es que su visión tan negativa del mundo que le rodea es algo por lo que han pasado muchos otros que han decidido entablar una batalla contra el egocentrismo y el narcisismo, tanto contra el de los demás como contra el suyo propio. Franny, una mujer bella y extraordinariamente inteligente, busca la autenticidad y la verdad. Franny está en el punto de partida de muchos renunciantes y otro tipo de sabios, que han optado, como primer paso, por huir de todas las vanidades de este mundo. Fijémonos en esa frase: «Me asquea no tener el valor de no ser nadie en absoluto».

Franny lleva consigo un libro misterioso por el que le pregunta su novio. La joven se ve obligada a desvelarle a Lane el título y el contenido del libro en cuestión, que se titula El peregrino ruso[2]. En ese libro un campesino, intrigado por esa frase del Nuevo Testamento en que se dice que debemos rezar incesantemente, recorre Rusia a pie buscando a alguien que le explique cómo rezar sin cesar. Por fin da con un starets, un hombre religioso muy avanzado, que le habla de un libro llamado Filocalia, escrito por un grupo de monjes que defienden «este método de oración realmente increíble» (p. 42). El starets le explica al peregrino que consiste, antes que nada, en la Oración de Jesús: «Jesucristo Nuestro Señor, ten piedad de mí» (p. 45), y que eso es todo, y, especialmente, porque esa oración lleva la palabra «piedad». Y explica Franny, siguiendo lo que en el libro le dice el starets al campesino:

…que si repites esa oración una y otra vez (al principio basta con que la digas solo con los labios) lo que pasa es que finalmente la oración se vuelve activa. Algo ocurre al cabo de un tiempo. No sé qué es, pero ocurre algo, y las palabras se sincronizan con los latidos del corazón de esa persona, y entonces está realmente rezando sin cesar. Lo cual tiene un efecto místico tremendo en toda su actitud (p. 45).

Además, y siempre según el starets, para esa práctica, al principio no se necesita creer en nada. Lo que importa es repetir muchas veces esa oración, es decir lo que importa es la cantidad, que después se convierte en calidad por sí misma. Cualquier nombre de Dios pronunciado, posee los mismos efectos, y comienza a funcionar cada vez que el que reza lo pone en marcha. Por ejemplo, basta con repetir, únicamente, la palabra Dios.

Y ahora viene el punto sorprendente del relato de Franny, el momento al que quería llegar, y que nos sumerge en el mundo oriental en el que filosofía y religión están tan unidas, y en concreto en la India filosófica, con referencias al budismo y al hinduismo. Sigue diciendo esta muchacha atormentada:

−En realidad, eso tiene perfecto sentido […] porque en las sectas nembutsu del budismo la gente repite: «Namu Amida Butsu» una vez y otra, lo cual significa «Alabado sea Buda» o algo así, y ocurre lo mismo. Exactamente lo mismo (p. 46).

Namu-Amida-Butsu es la versión japonesa del término original Namo Amitabha Buddhaya del sánscrito, que significa que «tomo refugio en el Buda de la Vida y de la Luz Inmensurables». Cuando Lane, el novio, que la mira con escepticismo, le pregunta que si de verdad se cree todas esas cosas, Franny responde:

−Yo no he dicho si lo creo o no […]. He dicho es que es fascinante […]. Me refiero a que todas esas personas religiosas verdaderamente avanzadas y absolutamente auténticas aseguren que si repites el nombre de Dios incesantemente sucede algo. Incluso en la India. En la India te recomiendan que medites sobre el «Om», que significa la misma cosa en realidad, y se supone que se obtiene exactamente el mismo resultado (pp. 47−48).

Como es sabido, el Om es el monosílabo sagrado, el nombre místico de la divinidad. En realidad, es la monoptongación de Aum, en la que la A es la sílaba del dios Vishnu, la U del dios Shiva y la M del dios Brahma, los dioses que componen la trimurti o trinidad hindú. Todo remite a un Brahman impersonal, el Señor Supremo que reside en los tres dioses. Es evidente que, para Franny, como para muchos otros sabios, Dios no solo es accesible desde una sola religión, sino desde varias, ya sea el hinduismo, el budismo o el cristianismo. Sin embargo, es el vedanta lo que más está influyendo en Salinger. Cuando Lane le pregunta a Franny, muy escéptico y reticente, sobre qué resultado existe en el hecho de estar pronunciando constantemente el nombre de Dios, ella contesta:

Llegas a ver a Dios. Sucede algo en alguna parte del corazón que no es en absoluto física, donde según los hindúes reside el atman [sic, sin acento circunflejo], por si has estudiado las religiones alguna vez, y ves a Dios, nada más. […] Y no me preguntes quién o qué es Dios. Ni siquiera sé si existe (p. 48).

Aquí, âtman hay que entenderlo, en el hinduismo, como el alma individual que, a través de un proceso de purificación en el samsâra o ciclo de las reencarnaciones, llega a la perfección y se funde con el Brahman. Que su localización esté en el corazón es consecuente con la aceptación universal de este órgano como receptáculo de los sentimientos y de la espiritualidad. Franny nos sorprende con su conocimiento de las religiones y sin duda sorprende mucho más a su novio, al que, como vemos, le lanza ese comentario provocativo: «por si has estudiado las religiones alguna vez». Franny se siente agobiada e incomprendida por su novio, que ve en toda esa religiosidad «un trasfondo psicológico muy evidente» (p. 49), como si de una manera suave la estuviera llamando loca o trastornada. Además, Lane está inquieto con esta conversación, pues teme llegar tarde al partido de fútbol. No es extraño, por tanto, que poco después Franny se levante y, en su camino al baño, se desmaye. Al recuperar Franny la conciencia y tras una breve conversación con su novio, el relato termina mostrándonos a la muchacha moviendo los labios y «formando palabras en silencio» (p. 52), es decir, recitando, sin duda, la citada Oración de Jesús que aparece en El peregrino ruso.

En este relato de Salinger se refleja la incomodidad −por no llamarla angustia vital− que hace que muchos occidentales, asqueados por el materialismo que les rodea, el egocentrismo y la impostura, vuelvan sus ojos a la religión, sin olvidar las religiones orientales. En el caso de Franny, y sin ser precisamente creyente −o, por lo menos, no saber qué o quién es Dios− su actividad se centra en la repetición de una oración, que, aunque referida a Cristo, es algo así como un mantra, de ahí las menciones de oraciones en el budismo y el hinduismo.

Es muy original, desde el punto de vista narrativo que una joven norteamericana, inteligente, atractiva, universitaria, y capaz de comerse el mundo, nos sorprenda con su actitud de insatisfacción y de búsqueda espiritual, que contrasta con la de su novio, más aferrado a lo cotidiano y a las mezquindades que se derivan de sus trabajos académicos. ¿Por qué Salinger ha creado esta escena, en que aparecen términos del hinduismo y del budismo? Cabría esperarse todo menos algo así en la conversación de dos jóvenes norteamericanos de la mitad de los años cincuenta, es decir, de una sociedad de consumo y de una poderosa economía en expansión. Cabría esperarse hablar de ambiciones académicas, de fútbol, de discotecas, de compras, de coches, de comida…, que es el tipo de conversación que quiere e inicia Lan mientras despacha unas suculentas raciones de caracoles y de ancas de rana. Y sin embargo, Franny, ante la estupefacción de su novio, ha llevado las cosas por otro terreno. Destaca la ironía del narrador, Salinger, pues una conversación que ha derivado hacia cuestiones metafísicas contrasta con el menú que está comiendo el muchacho: nada menos que caracoles y ancas de rana, mientras que la muchacha solo ha pedido un sándwich de pollo, que apenas si toca. Muy hábil en el arte de los detalles, el autor ofrece particularidades sobre el desarrollo de ese almuerzo, en el que términos como oración, Dios, budismo, Om, brahman, âtman y otros se mezclan con referencias a lo que Lan, el novio, está comiendo. Un manjar comido a disgusto, pues la conversación de la novia le produce al muchacho inquietud y estupefacción. La ironía y el sentido del humor están presentes en toda la narrativa de Salinger, a pesar de que en el fondo todos sus relatos tienen un componente dramático y existencial.

Para intentar explicar por qué aparecen términos y conceptos de la India filosófica, y antes de entrar en el estudio de este aspecto en otras obras de Salinger, conviene repasar algunos datos sobre su biografía.

 

3. Datos sobre Salinger: un trauma, la búsqueda de la verdad, la escritura y el aislamiento

 D. Salinger se hizo famoso tras la publicación de El guardián entre el centeno (1951). La novela, escrita en primera persona, levantó una gran polvareda social, pues relataba la historia de un adolescente, Holden Caulfield, inadaptado e inconformista, así que muchos jóvenes lo leyeron y lo han seguido leyendo las generaciones posteriores. Se vendieron millones de ejemplares. En algunas instituciones educativas el libro se convirtió en lectura obligatoria, mientras que en otras fue proscrito. Jóvenes insatisfechos con su familia, con los centros donde se veían obligados a estudiar y con la sociedad mezquina, de moral hipócrita y voracidad consumista, hicieron de El guardián entre el centeno una obra emblemática. Salinger intentó eludir la fama que se le echaba encima tras la publicación de esta obra, por lo que, con el tiempo, decidió abandonar Nueva York y buscarse un refugio en el campo, donde llevó una vida de ermitaño, aunque, casi siempre, al lado de alguna mujer. Convirtió su propiedad en una especie de fortaleza a salvo de las miradas o asaltos de admiradores y periodistas. Y es también en esos años posteriores a la publicación de El guardián entre el centeno cuando se desarrolla en él su interés por las religiones orientales, especialmente por el hinduismo y el budismo zen, aunque sobre este último ya se había interesado anteriormente. Como señala su biógrafo Slawenski, autor de la biografía J. D. Salinger. Una vida oculta:

Después de El guardián entre el centeno, los objetivos de Salinger cambiaron y se consagró a elaborar ficción mezclada con religión, relatos que exponían el vacío espiritual que impregnaba la sociedad estadounidense. Para ello, tuvo que enfrentarse a la cuestión de cómo transmitir el mensaje a través de la ficción.[3]

Salinger no pudo evitar que su obra fuera también símbolo de la generación beat o beatnik de los años cincuenta, que a su vez es precursora de los hippies. Y es curioso constatar que la India y sus religiones fueron la meta de muchos hippies.

¿Cuál puede ser el porqué de esa huida de Salinger? ¿Y el motivo de ese interés por las religiones orientales? J. D. Salinger nació el 1 de enero de 1919 en el seno de una familia acomodada en Manhattan. El padre, Solomon, era judío, no así, al parecer, la madre, Marie Jillich, católica, nacida en Atlantic, Iowa, pero que al casarse se convirtió al judaísmo adoptando el nombre de Miriam. El joven Salinger cursó estudios básicos en la academia militar de Valley Forge y a muy temprana edad comenzó a escribir. Estuvo en Austria, por motivos de los negocios de su padre, director general de una empresa que vendía jamones y quesos. En Austria aprendió el alemán, conocimiento que luego le serviría para su actuación en el ejército. Porque Salinger, que ya estaba publicando relatos y comenzaba a ser conocido en el mundillo literario, tras la agresión de los japoneses a Pearl Harbor, se alistó, como muchos otros jóvenes norteamericanos heridos en su patriotismo. Después fue promovido a sargento, aunque él hubiera deseado ser oficial. Salinger tuvo su bautismo de fuego en Europa, pues participó en el día D, la invasión de Normandía, y también estuvo en la liberación de París y en la batalla de las Ardenas.

Pero entre medias de estas batallas, en las que pudo percibir el horror de la guerra hasta extremos impensables, hay una que no suele ser tan conocida: la del bosque de Hürtgen, una franja de terreno de ocho kilómetros cuadrados de la frontera entre Alemania con Bélgica y Luxemburgo. Un lugar escarpado, con fortificaciones de la línea Sigfrido ideadas por el alto mando alemán para facilitar la aniquilación de los ejércitos invasores. Como señala Slawenski

Cuando Salinger entró en el bosque de Hürtgen, atravesó el umbral de un mundo de pesadilla. La carnicería más cruel de la Segunda Guerra Mundial en el frente occidental seguramente tuvo lugar allí durante el invierno de 1944.[4]

La masacre de soldados norteamericanos fue brutal, y Salinger vio cómo caían en ese bosque compañeros suyos del 12º Regimiento, en concreto 2.517. Lo más trágico de esa batalla fue su inutilidad. No se entiende cómo el mando aliado se empeñó en atravesar el bosque, cuando hubiera sido mucho más estratégico rodearlo.

El infierno que vivió Salinger en el bosque de Hürtgen tuvo su continuidad con la batalla de las Ardenas. Después, adscrito al contraespionaje, intervino en la localización de nazis ocultos: esa labor de espía lo enfrentó a los peores horrores de la guerra, pues tuvo que entrar en los campos de exterminio. Aparte de toda esta sucesión de atrocidades, Salinger terminó también resentido con el ejército y su forma de dirigir la guerra. Pronto fue víctima de una depresión, y en concreto de lo que suele conocerse como «trastorno por estrés postraumático». En junio de 1945 ingresó voluntariamente en un hospital civil de Nuremberg para someterse a tratamiento. Cuando salió del hospital, continuó en el ejército hasta abril de 1946, en que expiró su contrato con el Cuerpo de Contraespionaje. Después regresó a su país con Sylvia, una mujer francesa con la que se había casado en Alemania. Fue una pasión súbita, pero el matrimonio se agrió enseguida y terminó en divorcio.

Más tarde viene un periodo en Nueva York de relación con otras mujeres −comenzaba a ser famoso y era un tipo atractivo−, una etapa de su vida en que acudía a clubs nocturnos y a partidas de cartas, todo ello simultáneo con su actividad literaria, con la publicación de sus relatos, especialmente en la prestigiosa revista The New Yorker. Pero su experiencia en la guerra le había cambiado de forma radical, de ahí que en su obra se refleje una tendencia al misticismo, un interés por las religiones orientales −hinduismo y budismo−, y el convencimiento de que su trabajo profesional era en sí mismo un ejercicio espiritual[5]. Al igual que había pasado antes de la guerra, la escritura le sirvió a Salinger de evasión y bálsamo. Como señala Slawenski:

Su exploración personal del budismo zen se intensificó por la época en que estaba terminando El guardián entre el centeno [...] la mezcla de la filosofía zen con su propia convicción de que el arte está conectado con la espiritualidad se tradujo en una fe que equiparaba la escritura con la meditación, una fe que había empezado en los campos de batalla de Francia[6].

Como es sabido, zen es la traducción japonesa del chino ch´an, que a su vez es traducción del sánscrito dhyâna, que significa «meditación» o «concentración». La dhyâna

...es la meditación espiritual, la concentración de todos los pensamientos en un objeto. Es una de las ocho fases del ashtânga o procedimiento óctuple del sistema Yoga de filosofía[7].

El zen es una rama o secta del budismo que fue introducido en China por el monje Bodhidharma, que llegó desde la India entre los años 520 y 525. Después, en el siglo XII, pasaría a Japón de la mano del monje Eisai La verdad, para la doctrina zen, se difunde al margen de los libros sagrados. El objeto exclusivo de toda meditación es el alma, y así se alcanza el estado de iluminación. Y aquí entra todo lo que produce belleza y, por consiguiente, todo aquello que favorece la meditación, como las artes y, entre las artes, la literatura, y todos los objetos de la vida cotidiana que conducen a un refinamiento de la vida doméstica. El zen ifluyó en la cultura occidental y en las primeras vanguardias del siglo XX.

Pero el interés de Salinger por las religiones orientales no se limita únicamente al budismo zen, sino que va a las fuentes, a la India milenaria, al hinduismo, y especialmente al vedanta. Sabemos que a su vuelta de Europa había empezado a frecuentar

...el centro Ramakrishna-Vivekananda de la calle Noventa y cuatro Este [de Nueva York], a la vuelta de la esquina del piso de sus padres en Park Avenue; el centro impartía un tipo de filosofía oriental basada en los vedas hindúes llamada vedanta. Salinger fue iniciado allí en El evangelio de Sri Ramakrishna[8].

Swami Vivekananda (1863-1902) fue un líder religioso indio, discípulo de Ramakrishna, que se dedicó a propagar por Occidente la escuela del advaita (no dualidad) de la doctrina vedanta. Introdujo el vedanta y el yoga en Estados Unidos y otros países.

Salinger equipara la escritura con la meditación, y sigue, además, una línea de pensamiento zen que demanda la supresión del ego como parte de la meditación (recordemos cómo Franny se lamenta de su propio ego). Tras el enorme éxito de El guardián entre el centeno, Salinger quiere evitar la notoriedad. Ese éxito hace que sea más popular que antes, y que le lluevan las invitaciones para fiestas y comidas, así como muchas citas de mujeres que ansiaban quedar con él. Slawenski sostiene que no se produjeron, que se sepa, encuentros sexuales con estas mujeres, porque «Salinger se citaba con ellas para mantener conversaciones religiosas antes que contacto físico»[9]. Yo pongo un interrogante a esta afirmación, pues la considero arriesgada y un tanto ingenua. Es muy difícil saber lo que ocurre entre bastidores. El hecho de que una persona se interese por una forma de filosofía no significa que en todas sus actuaciones sea consecuente con lo que esa filosofía predica. Si El evangelio de Sri Ramakrishna aboga de forma explícita por la abstinencia sexual eso no quiere decir que Salinger fuera un casto asceta o lo que suele conocerse como un renunciante. Lo que sabemos del resto de su vida no lo convierte, precisamente, en un renunciante. Después volvería a casarse, a tener hijos, y tras un nuevo divorcio, mantendría relaciones con otras mujeres, y, sobre todo, mujeres muy jóvenes. Una especie de eremita alejado del mundanal ruido, sí, pero no precisamente un hombre célibe.

También otros investigadores resaltan la influencia del vedanta en la vida y en la obra de Salinger. En enero de 2014 apareció la esperada versión en castellano del grueso libro Salinger, publicado por David Shiels y Shane Salerno[10], biografía en forma de entrevistas que recoge innumerables testimonios de personas que conocieron al escritor, así como documentos inéditos y fotografías. Aún así, sigue habiendo muchos puntos oscuros de un escritor que decidió retirarse y permanecer oculto durante la mayor parte de su vida. No es extraño que este libro dedicado a la vida de Salinger este dividido en las siguientes partes de acuerdo con las etapas de la biografía del escritor, y que tomen sus títulos del sánscrito: Primera parte, Brahmacharia o «aprendizaje»; segunda, Garhasthia o «deberes del dueño de la casa»; tercera, Vanaprastha o «retirarse del mundo»; cuarta, Sannyasa o «renuncia al mundo». Los autores han tenido muy presente el interés de Salinger por la filosofía hindú, pues esos cuatro términos en que dividen su vida describen los cuatro estadios que debe seguir el brahmán ortodoxo. Y si no se corresponden exactamente con la trayectoria existencial de Salinger, que, como digo, no es precisamente un renunciante, sí que hay puntos de coincidencia. Recordemos que la última de estas fases, sanyâsa, supone el estadio en que el renunciante se libera de las relaciones familiares, y también de los deseos mundanos para dedicarse por entero a Dios.

Al igual que Slawenski, Shields y Salerno destacan en su libro las influencias del advaita vedanta en las obras de Salinger posteriores a El guardián entre el centeno:

El descubrimiento por parte de Salinger de El evangelio de Sri Ramakrishna ([...] publicado por el Centro Ramakrishna-Vivekananda de Nueva York) fue un acontecimiento central en su vida, solamente por detrás de la guerra. Los daños causados por la guerra lo llevaron a buscar no solamente la trascendencia, sino también [a] borrar el pasado[11].

Más adelante, estos autores ofrecen datos interesantes sobre la relación de Salinger con este Centro Ramakrishna-Vivekananda, que se encontraba en Manhattan, a tres manzanas del apartamento de sus padres, y con su fundador, el swami Nikhilananda. Salinger aceptó a este como maestro espiritual, se carteó con él y con su sucesor[12] y asistió a servicios y clases, como también asistió al Centro de Retiro Vivekananda del parque de las Mil Islas.

En el otoño de 1952 Salinger comprendió que, para sus fines literarios, debía abandonar Nueva York, pues la vida en Manhattan era demasiado estresante, frívola, y, sobre todo, neurótica. Por ello se buscó una casa en Cornish, en el Estado de New Hampshire, a 360 kilómetros al norte de Nueva York, con un atrayente escenario de bosques, colinas, praderas, campos de labor y granjas. En la cima de una colina estaba la casa, una finca de 36 hectáreas de terreno, con una vista magnífica del río Connecticut. Salinger encontraría allí la felicidad que había perdido con la guerra. Al principio se relacionó con sus vecinos, y con un grupo de chicos del Instituto de la vecina ciudad de Windsor, en Vermont, como si de esa froma reviviera su propia adolescencia, comportándose con ellos como si de un honesto y desinteresado mentor se tratara. Pero con el tiempo Salinger se fue distanciando, encerrándose más en su propiedad, de la que apenas salía y a la que rodeó con una valla. Allí se defendió durante décadas de admiradores y de periodistas, solo para salir a comprar, o solo para hacer algún viaje a Nueva York para hablar de negocios con sus editores.

He aquí un caso más de un escritor occidental que, por unos motivos concretos y, en este caso, sumamente traumáticos, vuelve sus ojos a Oriente en busca de la verdad y el consuelo.

 

4. Los prodigiosos hermanos Glass.

Pero tras el repaso de aspectos relevantes de la biografía de Salinger, volvamos a su narrativa, es decir, al mundo de la ficción, y, para ello, y antes de entrar en más detalles, debemos referirnos a la familia Glass, que Salinger construye y desarrolla en sus novelas y, en concreto, a los hijos del matrimonio Glass. Los padres se llaman Les y Betsie, y son unos actores de vodevil, que viven en Manhattan, como, en la realidad, también vivió Salinger. El padre es judío, y la madre católica irlandesa, es decir, parecidos a los padres de Salinger. Esa familia es la que aparece en las novelas Franny y Zooey, Levantad, carpinteros, la viga del tejado, Seymour, una introducción y también desperdigada en el volumen que Salinger publicó como Nueve cuentos, así como en otro relato corto, «Hapworth 16, 1924», un relato que nunca vio la luz como libro pero que se publicó en la revista The New Yorker.

Uno de los hijos, Buddy (Webb Gallagher), nos cuenta la historia de esta familia en Zooey. Los hijos de los Glass fueron siete, cinco chicos y dos chicas. Entre el mayor, Seymour, y la menor, Franny, había unos dieciocho años de diferencia, y todos, espaciadamente según la edad de cada uno, habían participado en su infancia en un famoso concurso radiofónico titulado «Los niños sabios», durante una época que se mueve entre 1927 y 1943. Esos niños consiguieron un éxito increíble, y ganaron mucho dinero, respondiendo con naturalidad y aplomo, a través de las ondas, a un número de preguntas «insoportablemente eruditas o insoportablemente graciosas enviadas por los oyentes» [13].

Entre los siete hermanos siempre destacó el mayor, Seymour. Admirado por todos sus hermanos

como un líder, un genio y un santo, a los seis años ha leído todo lo que podría encontrar sobre Dios en la biblioteca local. A los siete años, sus ejercicios de meditación hindú le permiten vislumbrar sus encarnaciones pasadas y futuras. A los quince años ingresa en la Universidad de Columbia, y a los dieciocho se doctora y obtiene la plaza de profesor.[14]

En 1941 se alista en el ejército y en 1942, aprovecha un permiso para casarse con Muriel Fedder. La bella Muriel es sencilla y honesta, y con su simplicidad Seymour intenta compensar sus propias rarezas. Combatiendo en Europa sufre un colapso nervioso. Al acabar la guerra pasa tres semanas recluido en los pabellones psiquiátricos de los hospitales militares. De vuelta, en 1948, a la edad de treinta y un años, y en una segunda luna de miel con Muriel, en Florida, se suicida, pegándose un tiro en la habitación del hotel, mientras su mujer duerme en la cama de al lado. Este episodio aparece relatado en el cuento Un día perfecto para el pez plátano[15].

Hay detalles de la vida de este personaje literario que coinciden con la de Salinger, como su alistamiento en el ejército, la guerra en Europa, la crisis nerviosa y su paso por los hospitales psiquiátricos. Pero el verdadero alter ego de Salinger es el siguiente hermano de la familia Glass, Buddy Glass. Nace el mismo año que Salinger, 1919. Es el narrador de Levantad, carpinteros, la viga del tejado, Zooey, y Seymour: una introducción. También reivindica la autoría de El guardián entre el centeno, Un día perfecto para el pez plátano y Teddy. Da clases de escritura creativa en una universidad de primer ciclo para chicas, y vive en una cabaña, como quería vivir Holden Caulfield y como, de alguna manera, llegó a vivir Salinger. Pero Buddy considera que su verdadero propósito en la vida es ser el discípulo y el cronista de Seymour.

También es quien transcribe la carta que Seymour, a los siete años, manda a su casa desde un campamento de verano de esos parecidos a los de los boys scouts, y que lleva el título de «Hapwort, 16, 1924». Es el último texto narrativo publicado por Salinger. Esta carta[16], llena de sabrosas ironías hacia los instructores y personal del campamento y de referencias cultas, entre las que no faltan conceptos extraídos de la India filosófica, es increíble y prodigiosa, teniendo en cuenta que está escrita por un niño de siete años.

En esa carta habla del karma y de «responsabilidad kármica», para referirse a un rasgo facial de él y de su padre, [p. 8]. Varias veces menciona detalles de sus vidas anteriores [pp. 16, 17, 20, 21, 22, 50], o de las de su hermano Buddy [p. 40] y en cuanto a su actual encarnación, anticipa que será breve: «los pocos y felices días que me quedan para esta encarnación» [p. 8]; «me estoy refiriendo a la brevedad de mi vida en esta encarnación» [p. 28], como si de alguna manera anunciara su prematura muerte a la edad de treinta y un años. De uno de los adultos del campamento, el Sr. Happy, dice que en su vida anterior «se dedicaba a fabricar cuerdas, aunque no muy hábilmente, en algún lugar de Turquía o Grecia» (p. 11). También habla directamente de Dios. Le dice a su padre que, aunque es escéptico sobre Dios, que sepa «¡[...] que uno no puede ni siquiera encender un cigarrillo al azar a menos que nos sea dado el artístico permiso del universo!» [p. 24], identificación entre Dios y el Universo que nos parece claramente panteísta. Habla de la respiración y postura del yoga para que su madre las practique, y de las magníficas complicaciones del cuerpo humano, por lo que insta a su madre a que salude con afecto a ese Dios. Y exclama «¡Oh, mi Dios, es todo un Dios el que tenemos!»  [p. 31]. Es fácil imaginarse la expresión del rostro de los padres de Seymour leyendo esta carta, aunque no hay que olvidar que ya estaban suficientemente acostumbrados a los prodigios de sus hijos.

Mención especial merece la lista de libros que pide este niño de siete años para que sus padres los encarguen a la biblioteca local y se los envíen al campamento. Así, al lado de obras de la literatura universal como, por ejemplo, el Quijote de Cervantes o las novelas de Tolstoi y de Charles Dickens, solicita también que le envíen la «plegaria Gayatri, de autor anónimo, preferentemente con la versión original junto con la traducción al inglés; que es absolutamente hermosa, sublime y refrescante» [p. 37]. Como sabemos, el gayatri-mantra es una oración muy importante del hinduismo, el verso más sagrado del Rig-Veda, que comienza con la palabra Om. Observemos que Seymour pide la versión original, es decir, en sánscrito, junto a la versión inglesa.

También solicita el Raja-Yoga y el Bhakti-Yoga, «dos libros conmovedores, pequeños y prácticos, perfectos para el bolsillo de cualquier inquieto muchacho normal de nuestra edad, escritos por Vivekananda de la India» [p. 38]. Observemos el sentido del humor de Salinger cuando el niño habla de «cualquier inquieto muchacho normal de nuestra edad». Sobre Vivekânanda, se deshace Seymour en alabanzas, y lo define como un gigante, con lo que nos parece estar oyendo hablar directamente al propio Salinger. Dice Seymour que daría sin dudarlo diez o más años de su vida «por estrechar su mano, o por lo menos decirle un rápido y respetuoso 'hola' en alguna populosa calle de Calcuta o cualquier otro lugar» [ibíd.]. No hay problema por el hecho que Vivekânanda haya muerto ya hace casi veinte años cuando Seymour escribe esta carta: sin duda su creencia en la reencarnación, quizá posible en otras dimensiones cronológicas, le permite hablar de un posible encuentro con el famoso filósofo.

También solicita un libro sobre medicina china y las plantas medicinales, escrito por un occidental, Frederick Porter Smith, botánico y misionero que estuvo en China. Dice Seymour:

...volvamos con algo de esperanza y alegría a los maravillosos chinos, quienes comparten con los nobles hindúes una mente amplia y abierta sobre los asuntos del cuerpo, la respiración humana y las asombrosas diferencias entre la parte izquierda y derecha del cuerpo. [p. 41]

Aquí detengo mi información sobre los prodigiosos hermanos Glass, y especialmente sobre el mayor, Seymour. Sin duda el lector considera a todas luces inverosímil que un niño de siete años albergue en su interior tantas lecturas y tanta sabiduría. «Hapworth» fue muy criticado, precisamente por esto, por los lectores norteamericanos. Pero recordemos que aquí nos estamos moviendo en el plano de la ficción. Sabemos, además, que Salinger veía en los niños ese espacio de lo humano que todavía no está contaminado, ni intoxicado, ni encanallado.

 

5. La historia de Franny sigue en Zooey.

La novela Zooey[17], publicada en 1957, que tiene más extensión y categoría de novela, sigue a la de Franny. El narrador es Buddy Glass, quien, como ya he indicado, es el segundo de los hermanos de la familia Glass, aunque el relato está escrito en la perspectiva narrativa de la tercera persona. La novela es como una continuación del proceso religioso que abruma a Franny. Es una escena doméstica. Tras el incidente con su novio, tal y como hemos podido ver, Franny se encierra en su habitación y allí permanece, poseída y al mismo tiempo abrumada por sus inquietudes religiosas −recordemos aquella oración constante−, y no quiere ni salir ni para comer. La madre de esta increíble familia Glass, Bessie, intenta convencer a su hijo Zooey (Zachary) −un joven de 25 años, conocido actor de televisión− para que hable con su hermana y la convenza, al menos, para que tome un poco de caldo de pollo. La conversación entre la madre y Zooey tiene lugar en un cuarto de baño. El desarrollo de este relato de Salinger está salpicado de referencias a las filosofías orientales, especialmente las de las religiones de la India.

Hay una carta del propio Buddy dirigida a Zooey, escrita unos años antes, y que Zooey lee mientras está en la bañera. Zooey es actor de televisión, muy solicitado, pero Buddy le da consejos que saltan de lo cotidiano a lo trascendental. En la carta se vierten conceptos como los que siguen:

Seymour me dijo una vez −en un autobús urbano nada menos− que todo estudio religioso verdadero tenía que conducir a olvidar las diferencias entre chicos y chicas, animales y piedras, día y noche, calor y frío (p. 74).

Estas observaciones de Seymour nos remiten, sin mencionarla, a la doctrina de la no-dualidad que está presente en el advaita vedanta y que afirma la unión del âtman o alma individual con el Todo, lo Uno, la divinidad. Recordemos que advaita es una voz del sánscrito que significa «no dos», y que supone la no distinción entre el sujeto y el objeto, entre un yo y el resto del Universo, entre un yo y Dios. Seymour y Buddy habían influido en sus hermanos para que leyeran, como ellos lo habían hecho, a muy temprana edad (y cuando hablo de temprana edad no me refiero a adolescentes, sino a niños), las Upanishads, pues en la misma carta, líneas arriba, se lee lo siguiente:

La verdad es, si quieres saberla, que no puedo desechar la idea de que serías un actor mucho mejor adaptado si Seymour y yo no hubiéramos añadido los Upanishads y el Sutra Diamante y a Eckarth, y todos nuestros viejos amores, al resto de tus lecturas recomendadas, cuando eras pequeño. Por derecho propio, un actor debería viajar ligero de equipaje (p. 67).

El Sutra del Diamante es un sutra Mahâyâna, un texto breve del género del Prajñâpâramitâ o «Perfección de de la Sabiduría», el cual enseña la práctica del no-apego. Este sutra es el que permite llegar al Nirvâna por la Sabiduría del Diamante (una sabiduría, como el diamante, que es limpia, dura, afilada y preciosa). Nirvâna es el lugar donde no hay aflicciones, angustia, ni ansiedad. Para los budistas es la nada. Para los hindúes es la absorción final en el Ser Supremo, cuando se produce la aniquilación del ego individual. Por lo que se refiere a Eckhart, no puede ser otro sino Eckhart de Hochheim (1260-1328), más conocido como Maestro Eckhart, que fue un dominico alemán, famoso por su obra como teólogo y filósofo y por sus escritos que dieron forma a una especie de misticismo especulativo. Destaco esta idea de Eckhart, muy cercana a lo que entendemos como desapego y ascética: cuando el hombre se despoja de todo, incluso del yo, experimenta la desnudez y la nada, y esa nada se vuelve Dios mismo[18]

Como indiqué, la madre está muy preocupada por la situación de Franny, y, según le comenta a Zooey, la causa hay que buscarla en ese librito que lee la muchacha. Zooey le explica a su madre el significado de El peregrino ruso y de su continuación El peregrino sigue su camino, y añade que esta actitud espiritual debe hacerse bajo la supervisión «de un maestro adecuado, de una especie de gurú cristiano» (p. 115). Después de emplear la palabra gurú, su charla se anima con términos de la filosofía oriental y en concreto del sánscrito, pues habla de los centros de energía del cuerpo humano, los chakras, como el chakra anahata, conceptos muy importantes en la práctica del yoga, y en concreto del atha yoga, y en la búsqueda de la iluminación. El chakra anahata está localizado en el centro de la columna vertebral, sobre el corazón, y es precisamente el corazón −explica Zooey− el que, como sus latidos, recoge de forma automática la oración o mantra, convirtiéndose la oración, que nació en los labios y en la cabeza, en algo autónomo. Y añade Zooey que al ser activado este mecanismo pone en funcionamiento, a su vez,

otro centro activado entre las cejas, llamado ajna, que en realidad es la glándula pineal, o, más bien, un aura que rodea a la glándula pineal, y en ese momento, bingo, se abre lo que los místicos llaman «el tercer ojo» (p. 116).

El «tercer ojo» o ajna es el sexto de los siete chakras o centros vitales del cuerpo[19]. Como podemos apreciar, la ironía de Salinger nos muestra a un personaje, Zooey, que emplea, para explicar la situación de su hermana Franny, toda una serie de términos y conceptos que, sin duda, deben dejar atónita a la madre. Es un ejemplo muy hábil de cómo la filosofía oriental choca con el materialismo y el sentido práctico de los occidentales, pues a la madre lo que le importa es que su hija salga de ese trance y empiece a comer caldo de pollo. Zooey, lo que pretende, es que la madre comprenda lo que le ocurre a Franny y no se aferre únicamente a las cuestiones materiales. Y sobre la repetición de la oración de Jesús añade lo siguiente:

No es nada nuevo, por Dios santo. No empezó con el grupo del peregrino, quiero decir. En la India, desde hace sabe Dios cuántos siglos, eso se conoce como un japam. Japam no es otra cosa que la repetición de cualquiera de los nombres humanos de Dios. O los nombres de sus encarnaciones... o sus avatares, si se prefieren los tecnicismos (p. 116).

Sin duda ese japam, que aparece en el texto de Salinger con esa -m final, es el japa, es decir, «el canto o repetición de una sílaba sagrada, de un nombre de Dios o de un mantra o fórmula invocatoria mágica»[20]. Zooey añade que si pronuncias en alto y de corazón el nombre de Dios durante el tiempo suficiente, «tarde o temprano recibirás una contestación. Bueno, no exactamente una contestación: una respuesta [en cursiva, en el original]» (p. 116).

Y todo esto se lo cuenta Zooey a su madre desde la bañera. Salinger llevó el vedanta a las escenas contemporáneas y cotidianas de su narrativa, a un paisaje urbano como el de Nueva York, y a unas escenas domésticas. Todo ese mundo de ficción en el que sobresale la prodigiosa familia Glass. Como señala un investigador de la obra de Salinger, Som P. Ranchan:

Una de las visiones que tuvo el gran vedantista Vivekananda fue sacar el mensaje del vedanta de los claustros y del bosque, donde fue descubierto y postulado por los sabios y sus discípulos y llevarlo a las avenidas de la existencia cotidiana. Y hay que reconocer a la genialidad creativa de Salinger el haber hecho precisamente eso. [...] El haberlo llevado a un apartamento de Nueva York, a su sala de estar y a su dormitorio. Ha sacado el Ganges de la cabeza de Sivá [sic] y lo ha metido en esa bañera donde Zooey chapotea como una marsopa mientras lee la carta de su hermano, repleta de satoris zen y de afirmaciones vedánticas.[21]

De todas formas, el hecho de que Zooey tenga una gran sabiduría sobre estas cuestiones no quiere decir que esté de acuerdo con esa actitud espiritual de su hermana o de otros que, como ella, buscan bienes espirituales. La oración constante de Franny puede ser entendida como una beatería, en versión de crisis nerviosa. Cuando Zooey entra en el cuarto de su hermana y habla largo y tendido con ella, le pregunta que qué pretende con la repetición de esa oración, porque «por simple lógica, yo no veo ninguna diferencia entre el hombre ávido de tesoros materiales, o incluso intelectuales, y el hombre ávido de tesoros espirituales» (p. 148). El rechazo del ego, tan importante cuando nos adentramos en la filosofía vedanta, en el budismo y en la trayectoria del renunciante, surge con frecuencia en la conversación de Franny (ya lo vimos en la que mantuvo con su novio), pues ella misma reconoce ahora ante su hermano que:

El hecho de que sea más exigente respecto a lo que deseo, en este caso, lucidez o paz, en lugar de dinero o prestigio o fama o cualquiera de esas cosas, no significa que no sea tan egoísta o egocéntrica como los demás. ¡En todo caso, más! ¡No necesito que el famoso Zachary Glass me lo diga! (p. 149).

El propio Zooey es consciente de la trampa del ego, pues, tras contemplar desde la ventana una bella escena que sucede en la calle, describiendo el juego de una niña con su perrito, dice lo siguiente:

−Maldita sea −dijo−, hay cosas hermosas en el mundo, y cuando digo hermosas quiero decir hermosas. Somos unos cretinos al apartarnos tanto de lo fundamental. Siempre, siempre, siempre refiriendo cada maldita cosa que sucede a nuestros pequeños y asquerosos egos (pp. 151−152).

Todo se debate en torno al ego, con contradicciones incluso, puesto que no podía ser de otra manera. Más adelante reprocha Zooey a su hermana esa visión crítica que tiene del profesorado de su Universidad:

−…echas una mirada al campus de tu facultad […] y escuchas la conversación de un puñado de universitarios cretinos, y decides que todo es ego, ego, ego, y que lo único inteligente que puede hacer una chica es tumbarse, afeitarse la cabeza, rezar la oración de Jesús y rogarle a Dios que le conceda una pequeña experiencia mística que la haga buena y feliz (pp. 164−165).

La novela se resuelve con una reflexión definitiva de Zooey que le transmite a su hermana por teléfono. Le cuenta que una vez Seymour, el hermano mayor, le dijo que, cuando acudiera al programa radiofónico «Los niños sabios» tenía que limpiarse bien los zapatos, y que, aunque todos los que trabajaban en ese programa eran unos cretinos, que, no obstante, se limpiara los zapatos y que lo hiciera por la Señora Gorda. El pequeño Zooey no entendía muy bien lo de la Señora Gorda. También Franny recuerda haber recibido el mismo consejo, que fuera graciosa para la Señora Gorda. Cada uno de los dos hermanos, por separado y sin saber que el otro había recibido el mismo consejo, se imaginó a una señora gorda de rasgos muy coincidentes: sentada el día entero, abanicándose, espantando moscas, oyendo sin cesar a todo volumen la radio, con las piernas hinchadas y llenas de venas, y enferma de cáncer. Y Zooey explica a su hermana el secreto de la Señora Gorda:

No hay nadie en ninguna parte que no sea la Señora Gorda de Seymour. ¿No lo sabías? ¿No sabías aún ese maldito secreto? Y, ¿a qué no sabes, escúchame bien, a qué no sabes quién es en realidad la Señora Gorda? ¡Ah, rica! Es Cristo mismo. Cristo mismo, rica (pp. 197-198).

Solo una visión panteísta inspirada en el advaita vedanta y ensamblada con el cristianismo podía inspirar un pasaje tan llamativo y sorprendente como el que he citado. Si el Todo es Brahman, eso explica que cualquier criatura, por muy desagradable y agobiante que pueda parecer, es parte de ese Brahman: lo mismo la Señora Gorda que cualquier profesor universitario ególatra, esos profesores que tanto le irritan a Franny. Es probable que para una interpretación muy ortodoxa del vedanta todo esto no encaje, como tampoco para una interpretación ortodoxa del cristianismo, entre otras cosas porque en el cristianismo cada uno de nosotros mantiene su alma individual, bien distinta del concepto de âtman. Pero a ese ensamblaje apunta Salinger al final de esta novela: la divinidad, en este caso, Cristo, está en todas partes, y en cada uno de nosotros. Por eso Seymour les decía a sus hermanos que fueran corteses y amables con la Señora Gorda, que era como estarlo con Cristo, con el Ser Supremo o como se prefiera denominar.

 

6. Otros textos con reflejos vedánticos: Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción.

El relato extenso o novela corta Levantad, carpinteros, la viga del tejado, de 1955, y una especie de prólogo a una biografía de Seymour, que se titula Seymour: una introducción, de 1959, aparecerían en 1963 en libro[22]. En los dos casos el narrador elegido es Buddy, que, como sabemos, es el más fiel depositario de las enseñanzas de Seymour. El relato Levantad, carpinteros... puede llamarse así, pues se trata de una divertidísima historia que tiene lugar en Nueva York el día en que se va a celebrar la boda de Seymour con Muriel. Cuando la ceremonia está a punto de comenzar, se produce un desastre, pues Seymour, el novio, no aparece, y al final todos los invitados tienen que batirse en retirada, cogiendo apresuradamente los coches. Buddy, que, repito, es el narrador convencional, se ve de modo casual dentro de uno de los coches en compañía de una airada dama de honor de Muriel y de otros personajes muy pintorescos. Durante bastante tiempo del interminable trayecto ninguno sabe que Buddy es hermano de Seymour, al que la dama de honor le dedica sus más viperinos insultos, de ahí la desternillante vis cómica que se desarrolla dentro del coche y en el apartamento que él y Seymour tienen Manhattan, y al que invita a sus ocasionales y forzados compañeros de la frustrada ceremonia, situación cuyo fondo serio es poner en evidencia los hábitos y clichés mentales de la sociedad norteamericana.

En Levantad, carpinteros... hay más referencias al budismo zen que al vedanta. El relato, con una acción y una trama superior a Franny y Zooey, tampoco da mucha ocasión a conversaciones en las que puedan reflejarse influencias de las religiones orientales. Sin embargo, hay en el apartamento un diario de Seymour que lee Buddy, y en el que aparecen varias referencias al budismo zen, pero al final también hay una cita del vedanta. Seymour, después de contar en su diario que ha hablado la víspera de la boda por teléfono con su novia para animarla a escaparse los dos y casarse solos −lo que terminarán haciendo y lo que explica que no apareciera el día de la ceremonia−, escribe lo siguiente:

Estuve leyendo todo el día una selección del Vedanta. Los cónyuges están para servirse el uno al otro. [...] Criar a los hijos con honor, con amor y con desapego. Un niño es en la casa un huésped que ha de ser amado y respetado, nunca poseído, porque pertenece a Dios. Qué maravilloso, qué sano, qué bellamente difícil y por lo tanto verdadero (p. 91).

Seymour: una introducción no es propiamente un relato, al menos desde mi punto de vista. Buddy quiere comenzar una especie de biografía o estudio sobre la vida y la obra de su difunto hermano. A este texto le falta acción y le sobra reflexión, aproximándose más a un ensayo que a un relato propiamente dicho. En ese sentido, es terreno abonado para las referencias al budismo zen y especialmente al vedanta, cuando el autor lo considera oportuno. Se habla de existencias anteriores, de reencarnaciones, y por supuesto de Dios, de Cristo, en esa conjunción entre hinduismo y cristianismo a la que Salinger nos tiene ya acostumbrados. Se habla de los poemas de Seymour y de la influencia que registran de los haikus o jaikus, es decir, de esos poemas breves japoneses, pues Seymour sabía leer chino y japonés. Según Buddy, uno de sus hermanos, en concreto Waker, que es monje cartujo, dice

que Seymour, en muchos de sus mejores poemas, parece arrancar de los altibajos de existencias anteriores singularmente memorables en las afueras de Benarés, en el Japón feudal y en la Atlántida metropolitana (p. 129).

Otras referencias a la India filosófica y religiosa aparecen desperdigadas en el texto. El narrador hace alusión a la frecuente «posición padmasana» que adoptaba Seymour a lo largo de su vida (p. 164), que es, como sabemos, la postura del loto. Cuenta, además, que la ropa era para Seymour como un trámite, que huía de ser un tipo «Bien Vestido [sic, con mayúsculas]», y que cuando la compraba parecía «un joven brahmacharya o novicio de la religión hindú, eligiendo su propio taparrabos» (p. 179). También es interesante cuando describe a Seymour en sus partidas de ping pong, pues «era exactamente como si la propia diosa Kali estuviera del otro lado de la red, con sus muchos brazos y mostrando los dientes en una sonrisa, sin interesarse especialmente en los resultados» (p. 185) (recordemos que a la diosa Kali se la suele representar con cuatro brazos y diez piernas).

Por último, hay que señalar que Buddy, tras señalar que él no es un budista zen ni tampoco un adepto al zen, escribe lo que sigue:

¿Estaría fuera de lugar decir que las raíces de Seymour y las mías en la filosofía oriental [...] estaban, están, plantadas en el Nuevo y Viejo Testamento, en el advainta vedanta y el taoísmo clásico? Tiendo a considerarme, si puedo usar algo tan dulce como un nombre oriental, un karma yogin de cuarta categoría, tal vez condimentado con un poco de jnana yoga (p. 197).

Si Buddy es el alter ego de Salinger (sin que esto signifique que no haya coincidencias con Seymour), he ahí, en esta declaración, lo que él mismo pensaba de sí mismo: las fuentes de la filosofías orientales de las que bebe y el grado o estadio en el que se halla dentro del proceso de conocimiento: el karma yogi es quien sigue el camino de la acción altruista y desinteresada, mientras que el jnana yogi es quien busca el conocimiento de las verdades más altas, sobre todo en lo que tiene que ver con la naturaleza del alma individual y su integración o encuentro con el Ser Supremo.

 

7. La historia de otro niño increíble: Teddy

Este cuento −«Teddy»− se publicó tanto en revista como en libro en 1953, es decir, antes que las obras que llevo analizadas en este trabajo. Sin embargo, he preferido dejar su descripción y análisis para el final, por dos motivos: primero, porque Teddy no pertenece a la familia Glass; segundo, porque las influencias del advaita vedanta en el relato son ya, en ese año de 1953, muy claras y definitivas, de forma que casi puede servir este apartado de colofón al presente estudio.

Teddy −Teodoro McArdle− es un niño de diez años, que viaja con sus padres y su hermana en un trasatlántico. «Teddy» es el último cuento de Nueve cuentos de Salinger[23]. Es otro niño prodigio, pero no es ninguno de los hermanos Glass, aunque hay coincidencias: el padre también pertenece al mundo del espectáculo, pues hace papeles estelares en nada menos que tres radionovelas en Nueva York, y se siente muy ufano de su potente voz. El relato comienza con la regañina que el padre le dedica a Teddy, pues está subido encima de una maleta y mirando por el ojo de buey del camarote familiar. Alguien tira desde la cubierta un cubo de mondas de naranja y el niño filosofa tranquilamente mientras mira esas mondas de naranja que flotan en el mar y se van hundiendo:

−[...] Es interesante que yo sepa que están ahí. Si no las hubiera visto, no sabría que están ahí, y si no supiera que están ahí, ni siquiera podría afirmar que existen. Es un hermoso ejemplo, un ejemplo perfecto de cómo... (p. 203).

La reflexión de Teddy se corta porque su madre le interrumpe preguntándole por su hermana. Pero luego añade lo siguiente:

−[...] Algunas [cáscaras de naranja] empiezan ahora a hundirse. En pocos minutos solo flotarán en mi mente. Es muy interesante, porque, según se mire, ahí es donde empezaron a flotar por primera vez. Si yo no hubiera estado aquí [...] (ibíd.)

Y de nuevo la madre interrumpe la reflexión de Teddy. Las reflexiones de Teddy sobre las cáscaras de naranja que se hunden en el mar apuntan sin duda alguna a la filosofía vedanta y a su interpretación del mundo fenoménico como maia o ilusión, que es toda esa irrealidad que existe entre el âtman y el Brahman: las cáscaras de naranja solo existen en la medida en que flotan en la mente de Teddy. Además, cuando el niño está a punto de salir del camarote para buscar a su hermana, dice lo que sigue: «−Cuando salga por esa puerta, tal vez exista solo en la mente de los que me conocen [...]. Puedo ser una cáscara de naranja» (p. 205).

Los padres, atrapados en cuestiones puramente materiales e inmediatas, no dan mayor importancia al cerebro prodigioso de su hijo. Sus reflexiones les superan y les produce fastidio, aunque saben que Teddy es un caso especial, que está siendo estudiado por grupos de trabajo de profesores, en Europa y en América, y que le hacen preguntas y graban sus respuestas en cintas magnetofónicas, como el grupo examinador de Leidekker, en Boston.

Pero el asunto se anima todavía mucho más, en lo que a este trabajo interesa, conforme avanza el relato. En el barco hay un hombre, que se llama Nicholson, al parecer también profesor, que ha oído una de esas cintas magnetofónicas grabadas a Teddy. Las ha oído en una fiesta, en Boston, pues había alguien relacionado con el grupo examinador de Leidekker, y pasaron la cinta. Ahora Nicholson sigue a Teddy por la cubierta del barco y mantiene una conversación con el niño en la zona de las hamacas. Dice Nicholson:

−Si no entiendo mal [...], tú estás muy de acuerdo con la teoría veda de la reencarnación.

−No es una teoría. Es una parte...

−Está bien −dijo Nicholson rápidamente. Sonrió y alzó las palmas de las manos en una especie de irónica bendición−. No vamos a discutir esta cuestión, por el momento. [...] Según puedo entender, has obtenido ciertos datos por los cuales has llegado a convencerte de que en tu última encarnación eras un santón de la India, pero que perdiste más o menos la gracia...

−Yo no era un santón −dijo Teddy−. Era solo un hombre que había alcanzado un gran proceso espiritual. (p. 221)

Al parecer, en la anterior encarnación, la gracia la había perdido a causa de haber conocido a una mujer, hecho que interrumpió su meditación, pero de todas formas −cuenta el niño− aunque no hubiera conocido a esa mujer, hubiera tenido igualmente que tomar otro cuerpo y regresar a la Tierra. Sin embargo, hay un curioso matiz en todo ese proceso del samsâra de Teddy, motivado por el encuentro con esa mujer, hecho que sin duda modificó su karma pues, siempre según el niño en una declaración sorprendente,  

 −[...] de no haberme encontrado con esa mujer, no habría tenido que encarnarme en un cuerpo norteamericano. Quiero decir, es muy difícil meditar y llevar una vida espiritual en Estados Unidos. Al que trata de hacerlo, la gente lo toma por un bicho raro. En cierto modo, mi padre cree que soy un bicho raro. Y mi madre... bueno, ella cree que no me hace bien estar pensando continuamente en Dios. Cree que me perjudica a la salud. (p. 222).

Como se puede apreciar, las palabras de Teddy están bien lejos de cualquier tentación chauvinista, y no es difícil imaginar que el autor real, Salinger, habla por él. Si Teddy ha nacido en esa sociedad poco dada a la vida espiritual, eso parece ser un efecto de su karma en su vida anterior, cuando, según sus palabras, conoció a una mujer −no se nos ofrecen más datos sobre este asunto− y fue «atrapado» por ella, al igual que el mundo fenoménico nos «atrapa» continuamente a todos nosotros.

A continuación este niño de diez años hace una de las mayores y definitivas afirmaciones de panteísmo vedántico que se puede encontrar en la narrativa de Salinger. Es cuando habla de su primera experiencia mística. Como señalan Shields y Salerno, la mayoría de las observaciones de Teddy a lo largo del relato son explícitamente vedánticas[24]. Dice Teddy a Nicholson:

−Tenía seis años cuando me di cuenta de que todo era Dios, y se me erizó el pelo y todo eso [...] Recuerdo que era domingo. Mi hermana apenas era un criatura entonces, y estaba tomando la leche, y de repente me di cuenta de que ella era Dios y de que la leche era Dios. Quiero decir que lo que estaba haciendo era verter a Dios dentro de Dios, no sé si me entiende (p. 222).

La referencia al mundo fenoménico como algo ilusorio se acentúa en la conversación que el niño tiene con el adulto. Teddy declara que cuando tenía cuatro años ya podía salir de las dimensiones finitas. Nicholson argumenta que todo lo que nos rodea tiene una dimensión finita: tiene largo, ancho, etc., como, por ejemplo, un trozo de madera. Teddy le hace estirar el brazo a Nicholson, y le pregunta que cómo está seguro de que sea un brazo. Nicholson responde que lo está, y que lo que dice el niño es un sofisma. Teddy responde que se está poniendo lógico, y que la lógica es lo primero que hay que dejar de lado. Y luego dice que en la manzana de Adán, en el jardín del Edén, lo único que había era la «lógica y demás cosas intelectuales» (p. 224). Así que lo que se debe hacer es «vomitar» todo eso si verdaderamente se quiere ver las cosas «como realmente son». Y añade:

−El problema es [...] que la mayoría de la gente no quiere ver las cosas tal como son. Ni siquiera dejar de nacer y morir a cada rato. Quieren tener siempre cuerpos nuevos, en vez de detenerse y permanecer con Dios, donde se está bien de veras (p. 225).

Sobre el miedo a morir Teddy afirma que es algo muy tonto, pues lo único que ocurre es que, al morir, cada uno de nosotros se escapa del cuerpo, y que eso «todos lo hemos hecho miles y miles de veces» (p. 227) y que aunque no nos acordemos no significa que no haya ocurrido.

Teddy se va a la piscina del barco, donde tiene clase de natación y donde está su hermana, que no le quiere mucho. Sobre el final de este cuento se ha especulado mucho entre lectores y críticos, y tiene sus repercusiones desde el punto de vista metafísico. Quizá Teddy ha decidido abandonar ese cuerpo, poner fin a su vida. De hecho ha comentado antes a Nicholson que ese mismo día podría haber un cambio de agua en la piscina y podría caer en esa piscina vacía y romperse el cráneo. Después de que Teddy se ha ido, Nicholson oye un grito que procede de la piscina. Es un grito de niña. ¿Ha empujado la hermana a Teddy o es Teddy mismo el que se ha arrojado a una piscina sin agua? El autor ha buscado muy adrede dejar sin explicación clara ese final, quizá como un ejemplo de la vulnerabilidad de ese envoltorio que llamamos cuerpo, y de esa frontera tan sutil que existe entre lo que llamamos vida y lo que llamamos muerte, un proceso −el pasar de lo uno a lo otro− que, después de todo, y por seguir las propias palabras del niño inspiradas en la reencarnación, todos lo hemos hecho miles y miles de veces.

Hay evidentes conexiones entre Teddy y los hermanos Glass. Son como islotes que destacan en medio de una sociedad demasiado apegada a lo material y a todo aquello que nos entra por los ojos.

 

8. Conclusión.

Desde la aparición de «Hapworth...» en 1965, Salinger no volvió a publicar ningún relato más. Dejó de publicar, se encerró en su refugio. Pero sabemos que siguió escribiendo, y guardando esas obras inéditas en una caja fuerte. Todo indica que existe un grueso libro titulado The family Glass −que aporta muchos datos sobre estos hermanos, y especialmente sobre Seymour, incluso sobre su nueva vida después de su muerte−, así como novelas y relatos bélicos sobre la Segunda Guerra Mundial y escritos narrativos que completan la historia de la familia de Holden Caulfield, el protagonista de El guardián entre el centeno. Incluso escribió también un manual de vedanta. Shields y Salerno indican que «este "manual" de Salinger es la realización explícita de su deseo declarado de "difundir", por medio de su escritura, las ideas del vedanta»[25]. Salinger donó todo ese contingente inédito a la fundación que lleva su nombre, creada en 2008. Sabemos, además, que «estas obras se empezarán a publicar de forma irregularmente escalonada, comenzando entre 2015 y 2020»[26].

Más ejemplos se podrían citar sobre el reflejo de la India filosófica en la obra publicada de J. D. Salinger, pero en este estudio he expuesto y analizado aquellos casos más llamativos, como muestra de que, a partir de un cierto punto, el escritor neoyorquino decidió no solo dar un nuevo rumbo a su propia vida, sino también trasladar sus inquietudes filosóficas y religiosas, inspiradas fundamentalmente en el advaita vedanta, a su obra narrativa, creando un microcosmos de personajes extraordinariamente originales, como los hermanos Glass y Teddy. Salinger une, con maestría indudable, pensamiento y arte, y además sabe combinar hábilmente el tratamiento literario de temas serios y trascendentales con buenos ingredientes de ironía y humorismo. Toda su obra, desde El guardián entre el centeno, refleja un interés especial por los niños y los jóvenes, como exponentes de lo más auténtico que pueda encontrarse en la naturaleza humana y como idóneos vehículos de seres clarividentes capaces de situarse más allá del mundo fenoménico.

 

 

 

 

* El presente estudio parte de una ponencia que presenté el 10 de diciembre de 2014 bajo el título de La India filosófica en la narrativa de J. D. Salinger, en un ciclo de conferencias desarrollado en la Embajada de la India en Madrid bajo el título de La India: historia, esencia, presente. La ponencia, ampliada, se publicó con el mismo título en Papeles de la India, Consejo Indio de Relaciones Culturales, New Delhi, vol. 43, núm. 2, 2014, pp. 16−46. He creído de interés reproducir mi trabajo, por entregas, en nuestra página web, dada la escasa atención que esta faceta de Salinger ha tenido, hasta el momento, en nuestro país.

[1] Franny fue publicado por primera vez en la revista The New Yorker el 29 de enero de 1955. El relato Zooey, de mayor extensión, sigue lo comenzado en Franny, y se publicó también en el New Yorker el 4 de mayo de 1957. Ambos relatos aparecerían después en libro, en 1961, bajo el título de Franny and Zooey. Para mis citas de Franny, en las que se indica la página entre paréntesis, v. la siguiente edición en castellano: J. D. Salinger, Franny y Zooey, Traducción de Maribel de Juan, Madrid, Alianza Ed., El libro de bolsillo, 3ª ed., 2011.

[2] El peregrino ruso o Relatos de un peregrino ruso es un libro de devoción, de autor anónimo, escrito entre 1853 y 1861. Llegó a ser muy popular en la religiosidad ortodoxa, y ahonda en el tema de la oración y de las prácticas contemplativas. Toma como punto de partida esa frase de San Pablo en la Epístola a los tesalonicenses en que se dice: «Orad sin cesar».

[3] Kenneth Slawenski, J. D. Salinger. Una vida oculta, Traducción de Jesús de Cos, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 2010, p. 288.

[4] Slawenski, op. cit., p. 147.

[5] V. Salwenski, op. cit., p. 199.

[6] Ibíd. pp. 247-248

[7] Enrique Gallud Jardiel, Diccionario de hinduismo, Madrid, Alderabán, 1999, sub voce

[8] Slawenski, op. cit., p. 285

[9] Ibíd.

[10] David Shields y Shale Salerno, Salinger, traducción de Javier Calvo, Barcelona, Seix Barral, enero de 2014.

[11] Ibíd., p. 442.

[12] Shields y Salerno, op. cit., p. 447, apuntan lo siguiente: «El 12 de abril de 2013, "para preservar el legado de la relación de J. D. Salinger con el Centro Ramakrisná-Vivekananda y el significado que tuvo el vedanta en su vida, así como para conmemorar el ciento cincuenta cumpleaños del swami Vivekananda", el Centro Ramakrishná-Vivekananda de Nueva York le hizo un regalo a la Biblioteca y Museo Morgan de Nueva York: una colección de más de veinte cartas (y documentos relacionados) que le había escrito Salinger al swami Nikhilananda, a su sucesor el swami Adiswarananda y al Centro». Lo citado entre comillas altas es una cita literal que los autores hacen del Comunicado de prensa del Centro Ramakrisná-Vivekananda de Nueva York, de 3 de abril de 2013, http//www.pr.com/press-release/482721

[13] Salinger, Franny y Zooey, op. cit., por la edición en castellano citada en la nota núm. 1.

[14] Shields y Salerno, op. cit., p. 648.

[15] «A Perfect Day for Bananafish» se publicó en The New Yorker el 31 de enero de 1948

[16] «Hapwort 16, 1924», se publicó en The New Yorker el 19 de junio de 1965. Para las citas utilizo la traducción al castellano que figura en la siguiente dirección de internet: http://hapworth16.blogspot.com.es [ ] Traducción de Ghetta Life, julio de 2005. Indico, entre corchetes, la numeración de páginas que aparece tras imprimir el texto.

 [17] Zooey se publicó en The New Yorker el 4 de mayo de 1957. Después vería la luz como libro en Franny y Zooey, Boston, Little, Brown, 14 de septiembre de 1961. Para mis citas, v. la edición en castellano citada en la nota núm. 1.

[18] V., sobre esta cuestión, los Sermones de Eckhart, y los estudios de Marco Vannini: Introduzione en Meister Eckhart. I sermoni latini, Roma, Città Nuova, 1989, e Introduzione en Meister Eckhart. I sermoni, Milano, Paoline, 2002.

[19] V. Gallud, op. cit., sub voce.

[20] Ibíd., sub voce.

[21] Son P. Ranchan, An Adventure in Vedanta: J. D. Salinger's The Glass Family, New Delhi, Ajanta, 1989, p. 106.

[22] Raise High the Roof Beam, Carpenters se publicó en The New Yorker el 19 de noviembre de 1955 y Seymour: An Introduction se publicó en The New Yorker el 6 de junio de 1959. Después aparecerían en libro: J. D. Salinger, Raise High the Roof Beam, Carpenters and Seymour: An Introduction, Boston, Little, Brown, 28 de enero de 1961. Cito por la siguiente edición en castellano: J. D. Salinger, Levantad, carpinteros, la viga del tejado y Seymour: una introducción, Madrid, Alianza Ed., traducción de Aurora Bernárdez, El libro de bolsillo, 1ª reimpresión, 2010.

[23] Teddy se publicó en The New Yorker el 31 de enero de 1953, y después en el libro de Salinger Nine Stories, Boston, Little, Brown, abril de 1953. Para mis citas, sigo la edición en castellano: J. D. Salinger, Nueve cuentos, Madrid, Alianza Ed., traducción de Elena Rius, El libro de bolsillo, 2ª reimpresión, 2013.

[24] Shields y Salerno, op. cit., p. 450.

[25] Ibíd., p. 637.

[26] Ibíd., p. 638. En la actualidad −noviembre de 2017− no tengo noticia de que se hayan comenzado a publicar esos inéditos de Salinger.

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