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EL HINDI Y OTRAS LENGUAS INDIAS
Enrique Gallud Jardiel
La mayoría de las lenguas habladas en la India pertenecen a la primera rama de la familia del indoeuropeo, (con la excepción de las cuatro grandes lenguas del sur —kannada, támil, telugu y malayálam— de origen dravídico). Según el censo de 1992 se clasificaron en la India 1652 variedades de habla, entre lenguas y dialectos, de los que la Constitución sólo reconoce oficialmente como idiomas a dieciocho. Existen, pues, dieciocho lenguas oficiales y dos nacionales: el hindí y el inglés. El número de personas cuya lengua materna es el hindí se aproxima a los 400 millones, lo que constituye el 39% por ciento de la población. Pero el hindí lo conocen y lo hablan con fluidez también gentes de otras lenguas, con lo que esta cifra prácticamente se dobla.
Pasemos a hablar de la formación de esta lengua. Con la llegada de las primeras tribus arias al territorio denominado Hindasthán o Hindustán, muchas de las tribus aborígenes pasaron a una situación de dependencia de las primeras y sus lenguas se fusionaron con el sánscrito, hablado por los invasores. Esto dio lugar a lo que se conoce como «prácrito» y que no es una lengua, sino varias, por ser estos prácritos versiones vulgares de la lengua sánscrita que, durante siglos, convivieron con ésta, de la misma manera que en la antigua Italia diversos dialectos provinciales convivieron con el latín. De los dialectos prácritos (el Shauraseni y el Magadhi, principalmente) surgen las modernas lenguas arias de la India. Su relación con el sánscrito es muy similar a la de las lenguas romances europeas con el latín clásico.
Estas lenguas son siete: panjâbî, sindhî, gujarâtî, marâthî, hindî, oriyâ y bangalî. De éstas, el hindí es la más antigua y data alrededor del año mil.
De estas siete lenguas indo-arias el hindí es, indudablemente, la primera en importancia. Se habla en el norte y el centro de la India, en los estados de Himachal Pradesh, Haryana, Rajasthan, Bihar, Madhya Pradesh y Uttar Pradesh, desde los Himâlaya en el norte, hasta los montes Vindhyâ y el río Narmadâ en el sur, y desde la desembocadura del Ganges en el golfo de Bengala hasta el golfo de Kachcch, en la península de Gujarat.
Desde su origen el hindí se ha visto sometido a influencias extranjeras. Las sucesivas invasiones y la dominación de gran parte del norte de la India por los mogoles, provocó el surgimiento de la lengua llamada urdú, que se formó en el siglo XI, en la época de la invasión de Mahmud al-Gaznavi. En el siglo siguiente, establecida en Delhi la dinastía Pathan, se logró, en las ciudades sometidas a los musulmanes, una combinación más completa del idioma, mezcla de prácrito y de persa.
El urdú es meramente un dialecto del hindí y se diferencia de los otros en que la mayoría de los sustantivos, adjetivos y adverbios de la lengua han sido substituidos por voces de origen árabe y persa, aunque los verbos y demás partes de la oración, así como las reglas de la gramática siguen siendo los del hindí. Su alfabeto es el árabe, al que se le han unido cierto número de letras para representar las articulaciones y los sonidos indostaníes desconocidos en el árabe.
Aparte del urdú existen otros dialectos del hindí, algunos semejantes al estándar y otros tan diferentes que muchos lingüistas proponen que se les considere como lenguas separadas. Los principales son marwari, mewari, jaipuri, haroti, garhwali, kumaoni, naipali, braj, kanauji, avadhi, riwai, bhojpuri, maghadi y maithili.
De la fusión del hindí puro con esta variedad dialectal denominada urdú, y con algunos vocablos del inglés, surge el hindí actual, conocido como hindustânî, y que es una lengua muy dinámica que se enriquece fácilmente y se transforma con velocidad.
El hindí se escribe en el alfabeto del sánscrito, llamado devanagarî. Se escribe de izquierda a derecha, sin diferenciación de minúsculas y mayúsculas. Aparecen primero las vocales, en número de once, seguidas de cuarenta y siete consonantes y otras tantas medias consonantes. Es de destacar el hecho de que el hindí es una lengua cien por cien fonética, sin ninguna irregularidad en la pronunciación, lo que compensa en parte la obvia dificultad producida por su gran cantidad de sonidos.
La gramática del hindí surge como una simplificación de la del sánscrito. Suprime en parte las complicadas declinaciones de la lengua de la que deriva y se convierte en un idioma articulado con partículas, pero va enriqueciéndose paulatinamente y acaba por transformarse en una lengua muy compleja, pero lógica y altamente flexible. Cuenta con dos géneros, dos números y seis casos para los sustantivos, los adjetivos y los pronombres. Existe una única conjugación para los verbos, que son en su mayoría regulares y que permiten todos los tiempos y casos del castellano e incluso algunos más. Como ejemplo puede citarse el imperativo, del que existen cinco formas, cuando en castellano sólo tenemos dos. Se emplea abundantemente el subjuntivo y los verbos compuestos admiten varias raíces, con lo que se enriquece la expresión y se puede conseguir una gran variedad de matices. Estos aspectos de la lengua son regulados en la actualidad por el Hindi Kendriya Sansthan o Dirección Central de Hindí, que hace las veces de Academia de la Lengua.
El vocabulario del hindí es muy extenso. En él se incluyen las palabras tomadas directamente del sánscrito, llamadas tatsama y las que han derivado de él, llamadas tatbhava. Esto es, de una palabra sánscrita el hindí hace un doble uso, en la versión pura, por así llamarla, y en una más coloquial. A esto hay que añadir el contingente de vocablos que se introducen en la lengua a través del urdú. Si se considera que existen palabras tanto árabes como persas para cualquier concepto y que dentro de esas lenguas hay asimismo variedades de nivel para la lengua hablada y la lengua escrita, nos encontramos con que el hindí hereda de sus fuentes un número muy alto de sinónimos. Lo que en un principio son sinónimos perfectos, se convierten con el uso en formas de matiz ligeramente diferente, con la riqueza lingüística que esto conlleva. Además, desde el momento en el que el hindí se constituye en lengua nacional, comienza a aceptar también vocablos de otras lenguas hermanas, como el panjâbî, o el marâthî, para conceptos específicos. Todo ello por no hablar del influjo cada vez más creciente del inglés, que se translitera de manera peculiar y se pronuncia según las posibilidades de los sonidos sánscritos, pero que pasa a formar parte de las hablas profesionales y técnicas.
El hindí es una lengua muy ornamental. El empleo de figuras retóricas y procedimientos de embellecimiento está muy extendido, así como el uso de citas, proverbios, apotegmas, frases hechas, refranes y alusiones de todo género. La mentalidad india es en extremo preciosista y esto se refleja en la lengua, por lo que hallamos en el habla habitual de la calle, continuas referencias a temas eruditos, alusiones mitológicas, menciones de los clásicos y citas cultas, incluso entre gente de nula o escasa preparación. De hecho se da gran importancia social a la literatura y a la oratoria. Es mucha la gente que escribe y los certámenes poéticos (kavi sammelana), por poner un ejemplo, en los que los poetas recitan en público sus composiciones, son en extremo abundantes.
Pese a todo lo expuesto, el hindí se enfrenta en la actualidad con una grave amenaza: la lengua inglesa. Al ser ésta la hablada por los dominadores durante la época colonial, el inglés ha adquirido en la India una connotación de lengua superior y esto va en detrimento del hindí como lengua culta. Un erudito hindí puede verse en ocasiones menospreciado si no domina el inglés. De hecho, algunas regiones del sur cuyas lenguas vernáculas no derivan del sánscrito, han preferido rechazar por esta razón la lengua hindí y prefieren emplear el inglés como lingua franca. Esto llevó en el momento de la independencia de la India en 1947 a la implantación del inglés como lengua nacional. Y desde entonces el inglés desplaza paulatinamente al hindí en la administración y en las relaciones exteriores de la India, con lo que la lengua no consigue salir, por así decirlo, de las fronteras del país. Este hecho posee también una implicación política pues, partiendo del concepto que se tiene en ocasiones en la India de que «inglés» significa automáticamente «Occidente» y «progreso», cualquier intento de reivindicar la importancia del hindí es tenida en algunos sectores de la India como una medida política reaccionaria o, como mínimo, tradicionalista. Esto perjudica a la difusión de la lengua y también a la de la literatura en lengua hindí, aunque el gobierno haga esfuerzos por que sea aceptada de manera generalizada.
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LA DIPLOMACIA DE LA INDIA A TRAVÉS DE LOS TIEMPOS
Dinkar Shukhla
«Por supuesto que hay un mundo en el que creo. ¿Cómo podría ser de otro modo?» Esto es lo que Mahatma Gandhi había dicho. Su creencia resume la visión filosófica que la India ha tenido del mundo desde tiempo inmemorial. La visión evolucionó con el paso del tiempo y es la raíz del pensamiento y sabiduría de la India, su historia y sus tradiciones. ¿No dice el adagio en sánscrito vasudhaiva kutumbkam que «el mundo es una familia»? Este concepto inspiró las relaciones de la India con otros países en el pasado, durante la lucha por la liberación y a partir de la Independencia en la época actual. La historia es testigo de que la India nunca tuvo ambiciones territoriales. No se embarcó en conquistas militares en contra de sus vecinos más pequeños. Tampoco comprometió con guerras a sus vecinos más poderosos: «Vive y deja vivir» y la ahimsa (no-violencia) han sido siempre su credo.
Merecería la pena recordar cómo la India se relacionó con el mundo exterior en el pasado. La India había intercambiado embajadores de paz con otros países desde el s. iv y v a. de C., según muestra la historia escrita. Entre los primeros ejemplos del intercambio regular de embajadores fue el envío de Megástenes a la corte de Chandragupta, el primer soberano del Imperio Maurya. Esto ocurrió durante el siglo v a.C. Se acreditó a Megástenes ante la corte Maurya en nombre de Seleucas Nikator, uno de los generales de Alejandro quien más tarde heredó una parte del imperio de Alejandro. El embajador griego escribió una pintoresca visión del imperio Maurya. Concretamente, le impresionó Chanakya, que era un ministro, consejero y, prácticamente, guía de Chandragupta. También era conocido con su otro nombre, Kautilya, como autor del famoso tratado Arthashastra (La ciencia de la política). Entre otras cosas, el tratado estableció las reglas de conducta en las relaciones con otras naciones.
El mismo Chanakya fue un practicante implacable del arte y habilidad de la diplomacia. Para él, todos los medios empleados en la administración del arte de gobernar y en la conducta de relaciones con el mundo exterior eran justos siempre que promovieran los intereses del reino Maurya. Eso es lo que Maquiavelo propuso diez siglos más tarde. También es digno de hacer notar que mucho antes que Clausewitz, Chanakya había dicho que «la guerra es sólo una continuación de la política de Estado con otros medios». Sin embargo, de acuerdo con la actitud vital de la India, Chanakya también dijo que «la guerra tiene siempre que servir fines más amplios que la política y no ser un fin en sí misma».
Los contactos entre la India y el mundo occidental establecidos por Chandragupta continuaron durante el reinado de su hijo, Bindusar. Los embajadores fueron a la corte de Pataliputra desde los tiempos de Ptolomeo de Egipto. Antioco, hijo de Seleuco, también envió a su representante a Pataliputra. Ashoka el Grande, que era nieto de Chandragupta, se añadió a estos contactos. Llegó a ocupar el trono en el 273 a.C. Durante sus cuarenta años de reinado, la India se convirtió en un centro internacional importante, sobre todo debido a la rápida expansión del budismo. Los embajadores y mensajeros de Ashoka llegaron hasta Egipto, Siria y Grecia en Occidente; a destinos en Asia Central; en el sur y sudeste de Asia a Birmania (Myanmar), Siam (Tailandia), etc. También envió a su hijo, Mahendra, y a su hija, Sanghmitra, a Ceilán (Sri Lanka) con el mensaje de Budhha.
Desde el primer siglo de la era cristiana en adelante proliferaron oleadas sucesivas de colonias indias en el este y sudeste, llegando a Ceilán, Birmania, Malasia, Java, Sumatra, Borneo, Siam, Camboya e Indochina. Naturalmente, y como consecuencia, los contactos diplomáticos, económicos y culturales aumentaron durante este período.
La India y la China intercambiaban con regularidad eruditos quienes se convertían en embajadores no oficiales de sus países respectivos. Los eruditos de la India, tales como Kashyap Malanga y otros, llevaron a cabo largos y arduos viajes a la China. Los eruditos chinos más sobresalientes que emprendieron similares viajes concienzudos fueron Fa Hien (siglo v) y Hieun-Tsang (siglo vii). Harshavardhana, que gobernó un imperio del norte de la India, y el Emperador T’ang, incluso intercambiaron embajadas.
Un persa, Alberuni, fue otro viajero famoso que viajó a la India en el siglo xi. Lo siguió dos siglos más tarde el viajero árabe Ibn Batuta. El enorme conocimiento de este último sobre países que iban desde Egipto a Guam lo utilizó el sultán de Delhi de la época, Mohammad bin Tughlak (1326-51) de forma original. Eligió a Batuta como su embajador en la corte del emperador chino.
Los primeros europeos a los que conoció Akbar fueron los portugueses. Durante la época de su hijo Jahangir, los portugueses fueron derrotados por los británicos en una batalla naval en los mares de la India. Poco tiempo después, en 1615, Sir Thomas Roe, un embajador de Jaime I de Inglaterra fue acreditado en la corte de Jahangir.
El imperio mogol se fue debilitando visiblemente durante la época de Aurangazeb. Su declive se aceleró después de su muerte. Durante este período, la actividad diplomática llegó a su nivel más bajo. Los británicos que iban en avance preferían el engaño a la diplomacia.
Hay muy poco que añadir al calendario diplomático durante el largo dominio británico sobre la India. Sin embargo, el Congreso Nacional Indio (INC), comenzó a desarrollar una visión de la India, incluso cuando se estaba luchando para derrocar el dominio británico. El INC extendió su apoyo a las luchas de liberación de otras partes del mundo. Denunció a Hitler y a su nazismo, a Mussolini y a su fascismo, así como también al aventurismo japonés. El INC defendió la paz mundial y el desarme total y decidió evitar los bloques de poder. Aunque era la voz de un pueblo subyugado, su voz se escuchó con respeto en los consejos del mundo.
Después de alcanzar la libertad en 1947, la India escogió el camino democrático y continuó en él incluso cuando las democracias de alrededor estaban inmersas en la confusión. Con relación a la política exterior de la nueva nación, no se tuvo que trabajar a destajo para adoptar una. Se tenía a mano un rico legado. La política exterior de la India independiente llegó a ser una extensión de la política llevada a cabo durante siglos y, más en concreto, durante la lucha por la independencia. Hay que hacer notar que existe un gran consenso nacional sobre los principios y objetivos y sobre la forma en que llevamos a cabo nuestra política exterior. Además de su firme apoyo a las luchas por la liberación y al movimiento contra el apartheid, la India estuvo en la primera línea del Movimiento de los Países No-alineados que se convirtió en una gran fuerza durante los años de la Guerra Fría.
El final de la Guerra Fría fue uno de los acontecimientos que más marcaron el siglo xx. Nueva Delhi no perdió tiempo en hacer ajustes de política que se adaptaran a la realidad internacional surgida después de la Guerra Fría. Al mismo tiempo que mantenía estrechas relaciones tradiciones con Rusia y otros países que habían formado parte de la antigua Unión Soviética, la India no perdió la oportunidad de forjar también un nuevo entendimiento con los Estados Unidos. El «resorte» en los lazos entre la India y EE.UU. surgió sin que Nueva Delhi cediera en absoluto su posición con respecto a las cuestiones de firmar el CTBT o unirse al régimen de no-proliferación.
Las relaciones de la India con sus vecinos de Asia del Sur, es decir, Bangladesh, Bhután, Maldivas, Nepal y Sri Lanka, son sinceras y amistosas. Con relación a China, está claro que se ha olvidado el amargo pasado y que los dos vecinos están realizando un nuevo comienzo enérgico. Están dispuestos a resolver el tema de la frontera que es el más contencioso a través del diálogo.
Sin embargo, Paquistán, continúa siendo un enigma. Durante los últimos cincuenta y cinco años, los gobiernos sucesivos de Nueva Delhi han intentado normalizar las relaciones con Islamabad, sin resultado. Paquistán respondió con la invasión tribal de 1948, con las dos agresiones de 1965 y 1971, las intrusiones pérfidas a través de la Línea de Control del sector de Kargil de la provincia de la India de Jammu y Cachemira en 1999 y con el terrorismo fronterizo que va en aumento desde 1988.
El ataque terrorista a la Sede del Parlamento de Nueva Delhi el 13 de diciembre de 2001 dejó a la India preguntándose sobre las verdaderas intenciones de Paquistán. La India no tuvo más remedio que llegar a realizar una rápida defensa a lo largo de la Línea de Control de Jammu y Cachemira y en puntos cruciales de la frontera. Tanto, que las maniobras militares de los dos vecinos nucleares, añadidas a una serie de pruebas de misiles con capacidad nuclear por parte de Islamabad, hicieron estremecer al mundo. Éste fue el momento en que la diplomacia de la India pasó por una prueba suprema. Debido a su sagacidad, la India facilitó las gestiones lideradas por EE.UU. para reducir la tensión. Esto se debió al compromiso de Nueva Delhi de trabajar a favor del desarme total y de un mundo desnuclearizado. El anticlímax que llevó una deseada desescalada, anunció el triunfo de la diplomacia de la India.