EL MAESTRO SHANKARA
Enrique Gallud Jardiel
Shankara fue la figura más importante de la restauración del hinduismo, en un momento en el que éste decaía, al final del período de apogeo del budismo. Para su nacimiento y su muerte se aceptan generalizadamente las fechas de 788 y 820, aunque cabe la posibilidad de que hubiera vivido incluso un siglo antes.
Nació en Kâladi (Kerala). Pertenecía a la casta de los Nambudiri, brahmines de la región de Malabar. Muy poco se sabe de su vida, aunque no escasean biografías aderezadas con milagros y episodios novelescos.
Aprendió las enseñanzas védicas siendo todavía un muchacho. Cuenta la leyenda que desde joven Shankara deseaba ser un asceta, pero su madre insistía para que contrajera matrimonio. Hallándose a orillas de un río, un cocodrilo le atacó y le apresó la pierna. Todos sus esfuerzos por soltarse resultaban inútiles. Shankara dijo entonces a su madre que si ella cesaba en su insistencia sobre su matrimonio, el cocodrilo le soltaría. La madre cedió y, de inmediato, la bestia liberó a su presa.
Se convirtió en monje mendicante y fue discípulo del sabio Govindapâda quien, a su vez, lo era de Gaudapâda. En cierta ocasión tuvo un encuentro con un intocable y sus acompañantes le aconsejaron que se mantuviera alejado de él para que no se contaminara con su presencia. Entonces el paria le habló y le indicó que el Brahman era una única cosa que constituía todo lo existente, por lo que carecía de sentido discriminar a parte alguna de él. Shankara lo reconoció así. La tradición asegura que fue el mismo dios Shiva quien se le había aparecido bajo aquel aspecto.
Tras un periodo de aprendizaje marchó a Benarés, donde comenzó a escribir, a enseñar y a tener discípulos propios, haciéndose muy famoso por sus habilidades dialécticas. En pocos años desarrolló una labor muy intensa y fructífera, pasando a ser conocido como Shankarâchârya [maestro Shankara].
Cruzó todo el subcontinente indio para implantar su reforma religiosa de revitalización del hinduismo vedántico, construyendo templos y fundando monasterios. Durante estos viajes proclamó su filosofía y desafió a debates a maestros de ideologías contrarias, budistas, jainistas e incluso a shivaítas sectarios. A este periplo se le denominó «Digvijaya» [La gira de la victoria]. Estableció cuatro matha [monasterio]: Shringerî, en el sur; Purî en el este, Dvârka en el oeste y Bâdarînâtha en el norte. Fundó diez órdenes de sanyâsî [renunciantes], cuyos seguidores le consideraron una encarnación del dios Shiva.
Se refiere que se le rechazó en su lugar de origen. Cuando regresó allí, tras años de ausencia, para la cremación de su madre que había fallecido, los brahmanes del lugar no acudieron a las ceremonias, por lo que hubo de llevarlas a cabo en su propio hogar. También se dice que le ofrecieron malintencionadamente carne y licor, para que los consumiera y pecara de esta manera. Pero cuando Shankara los tocó, la carne se transformó en frutas y el licor, en leche. Otro milagro que se le atribuye tuvo lugar durante unas inundaciones que anegaron varios pueblos. Shankara logró que todas las aguas entraran y cupieran en un pequeño cántaro, desecando la región y salvando así innumerables vidas.
A la edad de treinta y dos años, estando en Kedarnâtha, en los montes Himâlaya, desapareció en las montañas y no se supo más de él. Oficialmente se considera esa momento como el de su muerte física.
Sus principales obras consisten en comentarios a diez Upanishad y a la Bhagavad Gîtâ [El canto del Supremo], su Upadeshasâhashrî [Centuria de enseñanzas] y el Brahmasûtrabhâshya [Comentario al Brahmasûtra], éste último considerado el texto canónico del Vedânta. Se le atribuyen asimismo otras muchas obras de metafísica, así como algunos versos devotos de orientación shivaíta.
La importancia filosófica de Shankara —considerado el principal de los pensadores hindúes— radica en su desarrollo de la escuela del Vedânta en su rama monista, denominada Advaita [no dualista].
El Vedânta [fin de los Veda] es una de la seis escuelas de filosofía ortodoxa del hinduismo. Se trata de un conjunto de opiniones sistematizadas sobre la realidad de la naturaleza del Brahman [el Absoluto], tal y como se describe en las Upanishad. El Vedânta no dualista es la más influyente de las escuelas hindúes. Parte de la base de que existe una identidad estricta entre la realidad última, el Brahman, y el âtman o Yo, el alma individual, el elemento eterno que hay en el hombre. De ahí se sigue que si el Brahman y el Yo se identifican, no existe más que un Yo. La iluminación se alcanza al comprender esto, liberándose la persona de su implicación en el mundo ilusorio y el ciclo de nacimientos y muertes.
Esta teoría acentúa la irrealidad del mundo fenoménico. La salvación sólo puede conseguirse por la vía del conocimiento, mediante el ejercicio del entendimiento, pues la religiosidad del culto es algo perteneciente al plano ilusorio y se debe trascender. El maestro asignó a la mayor parte de los textos védicos el rango de verdad de nivel inferior, lo que le valió la enemistad de los elementos ortodoxos del hinduismo, que basaban sus prácticas en dichos textos. Pero con esta distinción clarificó los pasajes conflictivos de las escrituras sagradas. Las referencias a un Dios personal se tomaban como pertenecientes al nivel inferior, mientras que las alusiones a la identidad entre el Yo y el Brahman eran indicativos de la experiencia de la realización suprema.
Con esta teoría, revolucionaria en su tiempo, Shankara dio nuevo impulso al hinduismo, derrotó a los budistas y a otros movimientos heterodoxos del momento y estableció la base del movimiento bhakti [devocional], que cobraría especial preponderancia en el siglo XV.
Su sistema —que ha sido comparado con el idealismo de Hegel, aunque se asemeja más a las ideas de Spinoza— lo completaron más tarde sus seguidores, que desarrollaron un método dialéctico para su exposición. El Advaita ha servido de base a la moderna ideología hindú.
ALGUNOS TEXTOS BREVES DE SHANKARA
El verdadero ser de uno mismo
Cierto príncipe, a quienes sus padres habían abandonado al poco de nacer, se crió en la casa de un carnicero. No conociendo su principesco origen, se consideraba carnicero y desarrollaba las labores propias de esta profesión y no las de un regente. Sin embargo, un hombre muy sabio y compasivo, sabedor de la capacidad del joven para el gobierno de un reino, le hizo saber que no era hijo del carnicero, sino de un rey. Entonces el joven abandonó la noción de ser un carnicero y sus prácticas y, dándose cuenta de que era hijo de rey, comenzó a comportarse como tal y a tener la actitud de sus antecesores.
De manera similar, el ser del hombre —que es de la misma categoría que el Ser Supremo, pero que está separado de él como una chispa lo está del resto del fuego— ha penetrado en el terreno salvaje del cuerpo y de los órganos de los sentidos y, aunque está más allá de toda relatividad y finitud, cree ser este compuesto de cuerpo y sentidos, cree ser fuerte, feliz o desgraciado, porque no se reconoce a sí mismo como el Ser Supremo. Pero cuando un maestro del Vedânta le enseña que él no es ese cuerpo, sino el supremo Brahman, más allá de toda relatividad y finitud, entonces abandona la persecución de los tres deseos (progenie, riqueza y bienaventuranza) y reconoce que él no es sino el Brahman. Cuando se le dice que se había separado del Brahman como la chispa se separa del fuego, entonces reconoce ser el Brahman, como el joven reconoció su rango real.
(Brihadâranyakabhâshya)
El camino de la liberación
No está al alcance de todas las criaturas nacer como ser humano y varón, pero es mucho más arduo seguir el camino del perfeccionamiento védico y adquirir el conocimiento de los textos sagrados. Igualmente difícil es percibir la identidad de uno mismo con el Brahman. Lograrlo es fruto del mérito adquirido en innumerables vidas.
Las condiciones necesarias para la liberación son tres: nacer como ser humano, tener el deseo de liberarse y obtener la enseñanza de un maestro ya liberado.
El que ha logrado la condición humana y de varón, si conoce la tradición y aun así no se preocupa por su liberación, está cometiendo verdaderamente un suicidio.
El que ha logrado la condición humana y de varón, si no desea alcanzar el objetivo de la existencia es, sin duda, un loco.
Dejad que el pueblo lea los tratados, que invoque a los dioses, que cumpla los ritos para propiciarse a las divinidades personales; la auténtica liberación sólo llega mediante la percepción absoluta de la propia identidad con el âtman (el alma).
La tradición dice que las riquezas no pueden proporcionar la liberación, ni tampoco lo pueden los actos meritorios.
El buscador inteligente, que ha renunciado a los deseos mundanos, ha de hallar un buen maestro en cuyas enseñanzas concentrarse y debe esforzarse por lograr la liberación.
Una vez alcanzado este estado de ascetismo, debe intentar liberarse del ciclo de transmigraciones en el que se halla inmerso.
El que quiere obtener la liberación debe trascender todos los actos y romper las cadenas del nacimiento y la muerte.
Los actos meritorios sirven para purificar la mente, no para comprender la realidad. La liberación se obtiene mediante la meditación y no por los actos meritorios, por muchos que éstos sean.
Sólo la meditación nos lleva a saber que la serpiente ilusoria es en realidad una cuerda, con lo que se pone fin al temor y al sufrimiento.
El conocimiento se adquiere con las enseñanzas de un buen maestro, no bañándose en las aguas sagradas o mediante ofrendas a los dioses.
El éxito final depende del estadio espiritual del asceta. El tiempo, el lugar y los medios son aspectos secundarios.
El que medita sobre sí mismo debe lograr la ayuda de un maestro que posea, además de una gran compasión, un perfecto conocimiento del Brahman.
Las cualidades que debe poseer el que desea la liberación son discernimiento, distanciamiento y calma.
Sólo el que posee estas cualidades y sus concomitantes y desea ardientemente la liberación puede meditar sobre el Brahman.
Los sabios dicen que para obtener la liberación hay que cumplir cuatro requisitos, sin los cuales todo esfuerzo es inútil.
El primero es la discriminación entre lo real y lo ilusorio; lo segundo es el desapego por los frutos de la acción; el tercero es la posesión de las seis cualidades básicas (desapego, ecuanimidad, autodominio, paciencia, fe, firmeza); el cuarto es el deseo firme y ardiente de liberación.
La ilusión de diferentes estados
A un mago no le afectan los efectos mágicos que produce, porque sabe que son irreales. De la misma manera, al alma no le afectan los efectos que produce en el mundo.
A los seres humanos no les afectan las visiones que contemplan en sueños, porque tales visiones no continúan cuando están despiertos o mientras duermen sin soñar. El alma presencia cada sueño, cada cosa que ocurre mientras se está despierto y también presencia el sueño sin sueños, pero no se ve afectada por estos estados. De la misma manera que el mago sabe que sus magias son una ilusión, el alma sabe que los tres estados en que puede encontrarse el hombre son también una ilusión.
Es muy común que en la penumbra una persona vea una cuerda e imagine que está viendo una serpiente. Para el alma, los sueños, el dormir sin soñar y el estar despierto son algo tan irreal como esa serpiente.
Las acciones y sus consecuencias
¿Hemos de culpar a Dios por las desigualdades del mundo? ¿Es Dios responsable de que algunos sean ricos y otros pobres? ¿Es responsable de que algunos gocen de buena salud y otros sufran enfermedad? ¿Debemos culpar a Dios por la crueldad del mundo? ¿Es Dios responsable de que los tiranos opriman a sus súbditos o de que los animales fuertes devoren a los débiles?
Al crear el mundo Dios mismo quedó atado por la ley moral. La ley establece que algunas acciones son buenas y tienen buenas consecuencias, mientras que otras son malas y producen malos resultados. Así, los seres individuales pueden elegir. Y las desigualdades y crueldades del mundo son el resultado de su malas elecciones.
Las acciones correctas son buenas y llevan a la igualdad. Las crueles son malas y conducen a la desigualdad. Somos responsables de nuestras propias acciones y de sus consecuencias.
(Vivekachûdâmani)
(Traducción del autor.)