INSTITUTO DE INDOLOGÍA

EL YATRA

Juan Luis Salcedo

 

 

 

 Yatra, en hindi, significa “viaje”, pero Yatra, también se emplea para denominar la peregrinación que realizan los creyentes, a los lugares sagrados del hinduismo.

Los peregrinos sudaneses que van a la Meca, son apodados tekruri, cuyo significado es “renovar, perfeccionar, purificar” es decir, que incrementan su fe y su cultura con la peregrinación.

Pero la necesidad de viajar del ser humano, viene grabado en sus genes, a través de miles de años, de desplazarse siguiendo a los animales; objetivos de caza para vivir. Con el descubrimiento de las especies vegetales, susceptibles de ser cultivadas, dio comienzo el sedentarismo, muy recientemente, hace unos seis mil años. Con la abundancia de alimento, los agricultores, comenzaron a disponer del tiempo libre, que les permitían los ciclos agrícolas de siembra y recolección, pudiendo dedicarse a otros menesteres, y dando lugar a la aparición de las primeras civilizaciones.

Con la sedentarización parcial de la humanidad, muchos hombres se encontraron con una inquietud interna que les trastornaba y les hacía sentirse infelices; quizás no sabían cual era la causa, pero unos encontraron en los viajes comerciales, la satisfacción. Y las religiones, como organización social espiritual, inventaron la peregrinación, para encontrar el equilibrio anímico perdido.

En el origen del hombre, Darwin observa que el impulso migratorio de ciertos pájaros, es más fuerte que el maternal. La madre abandonará a sus polluelos en el nido con tal de no perder su cita, para el largo vuelo rumbo al sur.

Robert Burton -sedentario y erudito rector de Oxford- consagró muchísimo tiempo y estudio a demostrar que el viaje no era una maldición, sino un remedio para la melancolía, o sea, para las depresiones, que causaba la vida sedentaria.

Los mismos cielos giran continuamente, el sol se levanta y se pone, la luna crece, las estrellas y los planetas mantienen sus movimientos constantes, los vientos, siguen removiendo el aire, las aguas refluyen y fluyen, sin duda para conservarse, para enseñarnos, que debemos estar permanentemente en movimiento.

Por este motivo, el peregrinaje, es tan antiguo como los mismos dioses, y la necesidad de peregrinar es universal.

Los griegos, viajaban hasta Delfos, para pedir consejo a Apolo. La tradición cristiana, recomienda a sus fieles que vayan a Tierra Santa, a Roma, o Santiago de Compostela. En el mundo islámico, el viaje obligado del peregrino a la Meca, es uno de los cinco pilares de la fe.  Los judíos, acuden desde muy lejos para orar ante el Muro de las Lamentaciones. Los budistas, van hasta el Kailásh, donde se encuentran con los hindúes, pero para estos últimos,  bañarse en el Ganges, es su primera y principal meta.

Todas las religiones, tienen sus ritos prescritos, pero el caso de la peregrinación, parece estar relacionado con el movimiento instintivo del hombre. En esto último, también participan los alpinistas y viajeros, el destino impuesto, el objetivo fijado, muchas veces, es una mera disculpa para desplazarse a un lugar lejano, y en tanto se alcanza el objetivo, encontramos una forma de vivir diferente, a la que la sociedad nos tiene acostumbrados.

En los viajes que he realizado, he compartido mesa -o alfombra- con pastores nómadas, y me ha dado la impresión, que estos hombres parecen ser felices con una forma de vida, que a simple vista parece ingrata, se deben desplazar cíclicamente en busca de pastos, un trabajo duro, para la sociedad en la que vivimos. Pero ellos, comienzan a sentirse inquietos e incómodos, en el lugar donde residen, cuando se acerca la fecha de partir, su instinto les indica el momento que deben levantar el campamento, y el lugar a donde dirigirse. El día de la partida, es una fiesta, y todos se aplican al trabajo, hasta los niños pequeños, aportan su esfuerzo con alegría.

En nuestro país, ha perdurado hasta la actualidad el nomadismo, aquí se ha llamado trashumancia. Y también he compartido mesa con algunos pastores, que ya habían dejado ese trabajo por la edad. Pero en su juventud, habían realizado durante muchos años, el viaje desde las montañas de la Sierra de Gredos de Ávila, hasta las dehesas extremeñas, para pasar el  invierno,  y retornar, nuevamente en el verano a su pueblo. Contaban, con la alegría nostálgica, reflejada en sus ojos, la ilusión con la que emprendían el duro viaje, en las fechas determinadas por los santos locales. La fiesta previa a la partida, donde participaba todo el pueblo, y la emoción del regreso, esperando el reencuentro con la familia. No había duda, de que la aventura de sus vidas, se había circunscrito, a esos dos viajes anuales.

En los senderos que serpentean el Ganges, de camino a Gangotri, así como en los templos de Pashupatináth en Nepal, o en los de Rishikésh o Haritwár, encontré a peregrinos hindúes con aspecto y determinación semejante; que hacían de su vida, un perpetuo desplazamiento, recorriendo lugares santos, sin importar el tiempo que les lleve desplazarse de uno a otro, y en la India, siempre tienen algún prayág, templo o lugar sagrado lejano, donde acudir para llenar toda su existencia. 

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