INSTITUTO DE INDOLOGÍA

UNA MUJER DE RECURSOS

(Cuento del Shukasaptati)

Susana Ávila

 

 

En la pequeña ciudad de Devalakhya vivían el rico comerciante Rajasinha y su familia. Había hecho fortuna con su trabajo y tesón, pero también había contribuido a ello la agudeza y la perspicacia de su esposa, Mahalâ. Ella, hermosa y con una irreprochable reputación, era una mujer discreta que sabía mantenerse en su puesto. En aquellos momentos en los que el negocio atravesaba una mala racha, su consejo había ayudado a su marido a desenvolverse con ventaja y a sortear los contratiempos.

Un día, surgió la necesidad de visitar a los padres de Mahalâ que, enfermos y próximos a morir, querían ver por última vez a su hija y sus nietos. Corría aquella estación del año en la que el sol brillaba sobre las cumbres de las montañas, derritiendo los hielos de los caminos; los pasos fronterizos se abrían y las caravanas comenzaban a transitar con sus preciosas mercancías. La vida parecía volver a brotar después del letargo del invierno. Era un momento en el que el comercio de Rajasinha bullía en plena efervescencia y él estaba muy ocupado esperando unas mercancías que habría de despachar tan pronto como llegaran, pues la clave del negocio estaba en realizar la operación inmediatamente. Verse obligado a desatender su trabajo para realizar un viaje, podría trastocar todo el asunto.

– No te preocupes, esposo mío –dijo la mujer–; me iré sola con nuestros hijos y regresaremos tan pronto como nos sea posible.

– Tened cuidado. El camino es largo y está lleno de peligros.

– Así lo haremos.

Cuando los preparativos estuvieron hechos, Mahalâ partió con sus dos hijos. Recorrieron caminos, atravesaron ciudades y llegaron a una espesa selva que debían cruzar para llegar a su destino. Entre la espesura avistaron un tigre que, movido por el hambre, se dirigió hacia ellos.

Los dos muchachos miraron con ojos espantados al feroz animal e instintivamente se aproximaron a su madre en busca de protección. Por un momento cundió la alarma, pero Mahalâ, haciéndose cargo de la situación, les dio una sonora bofetada y les gritó:

– ¿Qué es eso de pelearos por quién se come al tigre? Este, que es el primero, lo repartiremos entre todos y luego, en la selva, ya buscaremos más.

El animal, que iba acelerando el paso conforme se acercaba a sus presas, se detuvo en seco y pensó:

 “¡Caray! ¡Qué mujer más imponente!”

Primero, discretamente, como si se le hubiera olvidado algo, dio media vuelta; y luego huyó aterrorizado para ponerse a salvo. En su huida se encontró con un chacal que le detuvo en su loca carrera.

– ¡Eh! ¡Eh! ¿Dónde vas tan deprisa?

– Amigo chacal –replicó el tigre–, es mejor irse a otras tierras. Acabo de ver a una mujer formidable, una verdadera come-tigres...

– ¡Qué me dices! ¿Un valiente felino como tú tiene miedo de una mujer?

– Que sí, te digo. Estuve cerca de ella y me libré por poco, pues sus hijos tenían hambre y me disputaban para comerme.

– No digas tonterías –replicó el chacal.

– Ven conmigo. Sube sobre mi lomo y te la mostraré.

El chacal se sujetó al lomo del tigre y se dirigieron hacia el camino que atravesaba la selva. Al cabo de un rato descubrieron al grupo y Mahalâ observó de nuevo al tigre, esta vez acompañado del chacal que le utilizaba como montura. Respiró hondo para cobrar fuerzas y gritó:

– ¡Vil chacal! ¿Cómo te atreves a traerme un solo tigre? En otros tiempos acostumbrabas a traerlos de tres en tres. Decididamente te estás haciendo viejo.

Al oír aquellas palabras el tigre erizó todos los pelos de su cuerpo, el corazón se aceleró terriblemente y emprendió la huida a través de la selva. El chacal apenas podía sostenerse sobre su lomo, pues los saltos y tropezones que iba dando su cabalgadura le iban produciendo otras tantas lesiones, además de los desgarros y arañazos que le producían las ramas de los árboles y arbustos. Al cabo de un rato, no pudiendo soportar más aquel traqueteo, recurrió a la astucia y lanzó una sonora carcajada.

– ¿De qué te ríes? –preguntó el tigre– No tiene ninguna gracia.

– Pues es muy gracioso. Hemos engañado bien a esa come-tigres. Aquí estoy a salvo con tu ayuda y ella ha quedado atrás, quién sabe dónde. Yo solo no hubiese podido correr tanto.

Bajándose del lomo del tigre, regresó a su guarida.

Mientras, Mahalâ y sus hijos ya habían salido de la selva y llegaban a salvo a casa de sus padres.

 

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