INSTITUTO DE INDOLOGÍA

HAMBRUNA EN BENGALA

Carlos A. Font

 

 

Es increíble la miseria que la Provincia de Bengala experimenta. Es tal el rigor del hambre, que en algunos parajes se arrojan los más valerosos sobre los demás para alimentarse con sus cuerpos. (Extracto de una Carta escrita en Calcuta por un Oficial de Bengala. 04 de Septiembre de 1770.)

        

          India es asociada en el imaginario occidental, numerosas veces, a imágenes de miseria, pobreza y hambre. Es cierto que el subcontinente indio, a lo largo de su milenaria historia, ha padecido tales males de una manera frecuente. En las siguientes líneas vamos a tratar un espacio determinado, la región de Bengala (India Oriental) y dos momentos muy concretos relacionados con la administración y dominio británico del territorio. Nos estamos refiriendo a la hambruna padecida por los bengalíes en 1770 y , la más grave de todas, la acaecida en plena Segunda Guerra Mundial en el año 1943.

          En un principio parece que no hay una conexión lógica entre fechas tan extremas pero veremos que hay un denominador común a ambas y, oficialmente, tras la independencia de la India en 1947, el gobierno indio no reconoce oficialmente ninguna hambruna de la magnitud de las sufridas en el pasado aunque, eso sí, sigan padeciendo altos índices de pobreza y carestía en muchos territorios del subcontinente.

          La primera organización colonial británica de India fue llevada a cabo por una compañía comercial privada, la “East Indian Company”. Los agentes de la compañía participaron pronto del juego político de los nababs y maharajás indios en un subcontinente caracterizado por la fragmentación religiosa y política. Otros poderes europeos, como Francia, también abrigaban intereses y aspiraciones en India en dura liza con los británicos. La batalla de Plassey (1775) se toma como hito del nacimiento del dominio británico en India cuyo primer dominio estable se produjo en la provincia de Bengala, cuyo nabab (gobernador musulmán), Sirajuddaula, fue reemplazado por un líder más sumiso a los intereses británicos. En 1764 los británicos de la compañía obtuvieron el derecho de gobernar y cobrar las rentas públicas, no sólo de Bengala, sino también de Bihar y Orissa. En 1772 los directores de la compañía en Inglaterra enviaron a Warren Hastings como Gobernador-General con instrucciones de asumir la administración directa de los territorios bajo responsabilidad de la compañía. De esta manera unos dispersos asentamientos comerciales en algunas ciudades costeras indias se fueron transformando en un imperio territorial bajo dominio de Londres. Pues bien, fue en los prolegómenos del nacimiento del imperio británico en la India cuando se registra, históricamente, la primera gran hambruna padecida en Bengala en 1770.

          El hambre no sólo afectó a Bengala sino también a las provincias de Bihar y Orissa con terribles consecuencias pues un número considerable de indios perecieron de inanición. La enorme cantidad de muertes se tradujo en una proliferación incontrolada de enfermedades que, a su vez, cobraron su tributo de vidas a los supervivientes. La tragedia fue tan honda que, a pesar de las dificultades y lejanía del territorio, las noticias llegaron a Europa e incluso a España. En nuestro país el diario “Mercurio Histórico y político” de 1771 se hacía eco de la tragedia acontecida el año anterior. Usando testimonios de oficiales británicos destinados en Bengala narraba los estragos de la hambruna sin ahorrar horror en su descripción: “Ya estará usted noticioso de los estragos que hizo el hambre en las Provincias de Bengala, de Bahar, y de Orixa, y generalmente en todo el Indostam. Ha sido tan grande la carestía en esto últimos diez meses, que según el cálculo más prudente, murieron de hambre más de 300.000 habitantes en solo los distritos de la Compañía.”[1] Son cifras, realmente, alucinantes y, a pesar que históricamente, India ha tenido un índice de natalidad alto y su población, salvo excepciones, ha tenido un crecimiento ascendente, no dejaron de causar un gran impacto. En un plazo de sólo seis semanas perecieron aproximadamente 7.600 personas. La escasez alimenticia era tan grave y la desesperación tan elevada que algunos indios recurrieron al canibalismo.

          A pesar de la calamidad que padecía Bengala la administración británica (funcionarios, militares, etc) no acusaron ningún cambio y siguieron disfrutando de su alto tren de vida. Las necesidades de los indios no eran atendidas y algún observador anotó lo siguiente: “Los bailes, conciertos, y festines públicos deberían cesar en vista de una calamidad tan general; pero me sonrojo de decir que sucede todo lo contrario, y que a los umbrales de estos parajes de recreo se ven muchos cuerpos muertos, y que otros luchan contra la más espantosa miseria, entregados a la desesperación, y a las más terribles agonías de la muerte.” A pesar del autismo de las autoridades británicas la mortandad también llegó a los europeos pues en dos meses llegaron a morir más de 200 personas.

          La Compañía sintió la hecatombe humana de los territorios que administraba y padeció una gran escasez de dinero y el comercio, prácticamente, se paralizó. Las manufacturas quedaron suspensas por falta de operarios e incluso muchos barcos de la compañía quedaron anclados en puerto puesto que sus tripulaciones habían sido diezmadas por las enfermedades. Los campos se despoblaron y las ciudades acusaron el efecto contrario invadidas por los supervivientes que buscaban socorro en Calcuta y alrededores. Esta primera gran hambruna del periodo británico se superó aunque, por desgracia, no sería la última.

          Después del Gran Motín de 1857 que hizo zozobrar el aún precario dominio británico de la India, las nuevas autoridades nombradas por Londres se enfrentaron a nuevos problemas. La climatología india está dominada por el monzón, y su retraso o adelanto, afecta profundamente a todas las gentes que viven bajo su lluvia. En la segunda mitad del siglo XIX se suceden en India tanto periodos seguidos de sequía como de inundaciones con efectos adversos para la población en ambos casos. En 1860 tuvo lugar una gran sequía a la que le siguió un trienio cálido y seco en el periodo 1868-1870. En 1885-1889, ocurrió justo lo contrario, y las precipitaciones excesivas provocaron enormes inundaciones. La agricultura, principal sostén económico de India, se vio sometida a los vaivenes climatológicos y un pueblo en plena expansión se vio sometido, una vez más, al flagelo del hambre. En un periodo de 60 años, entre 1860 y 1920, la India británica padeció 22 hambrunas registradas con especial incidencia la acaecida en 1878, el “año de la gran hambre.”[2]

          Tal cúmulo de calamidades hizo que historiadores y analistas se preguntaran si el gobierno británico era responsable, en cierta manera, o indirectamente a través de su mala administración, de estas hambrunas tan letales que diezmaban la población india cada cierto tiempo. La opinión mayoritaria tanto en Londres como en Calcuta era que el gobierno británico no era un error en India sino, todo lo contrario, una fuente de progreso para el país. Por ejemplo el comisario del censo afirmaba en el año 1901 que lo que arruinaba, realmente, a la India, no era la administración británica sino la irregularidad de las precipitaciones. Una respuesta oficial y que obliga a preguntarse como la India desarrolló una historia milenaria y no hubo perecido antes por exposición a los elementos en su propia tierra. Es cierto que algunas instancias británicas intentaron, mediante la ingeniería, paliar en parte los estragos de la climatología desordenada. Se realizaron grandes proyectos hidráulicos como el que presentó el coronel Cautley para canalizar el río Ganges. A pesar de la racional intención en algunas zonas “la introducción de la irrigación por el canal ha aumentado la tasa de mortalidad por fiebres”, reconocía un informe del Departamento de Obras Públicas.

          En cierta manera India acusaba, como “Joya de la Corona” del Imperio Británico, el choque brutal entre dos concepciones, totalmente diferentes y antagónicas, de culturas. Por un lado la cultura occidental industrial basada en el progreso de la ciencia, la técnica y la tecnología y una filosofía de obtención de riqueza compulsiva frente a una civilización milenaria y multisecular como India. Los británicos cuando abandonaron India en 1947 para defender su dominio de dos siglos sobre el Indostán alegaron que desarrollaron infraestructuras para el desarrollo de la economía como carreteras, ferrocarriles, puertos y comunicaciones telegráficas. Obviamente hay que leer la letra pequeña de este legado puesto que tales obras no eran altruistas sino concebidas por las necesidades e intereses del poder colonial británico. Carreteras para que circulasen los recaudadores de impuestos,  ferrocarriles para transportar las tropas, puertos para embarcar las materias primas de la India y comunicaciones para controlar y someter el territorio.

          Antes que India abrazase la libertad en aquella medianoche de agosto de 1947, unos pocos años antes la más terrible hambruna de su historia azotó el territorio de Bengala de un modo apocalíptico. India entró en la Segunda Guerra Mundial por deseo de Londres y, por supuesto, sin consultar a las autoridades indias representadas en una escasa autonomía local. La guerra se veía lejana pues sus principales frentes de batalla se encontraban en Europa y el Atlántico pero cuando Japón irrumpió en la guerra y amenazó las colonias europeas en Asia el temor se apoderó de India. Las tropas japonesas, en un vertiginoso avance, derrotaron a las flotas y ejércitos aliados en Filipinas, Indonesia, Singapur, Hong Kong, Indochina, etc contribuyendo a desmitificar la “superioridad del hombre blanco” y auspiciando cuando no apoyando directamente a algunos movimientos de liberación nacional asiáticos aunque, eso sí, bajo las directrices de Tokyo. No fue hasta la ofensiva japonesa en Birmania en 1942 cuando las alarmas se encendieron en India puesto que los territorios del Noreste estaban en primera línea de combate. El gobierno colonial británico practicó una política de "tierra quemada" en la región de Chittagong, próxima a la frontera con Birmania.

          El alimento básico de la población era y es el arroz. Grandes cantidades de este cereal fueron requisados por las autoridades británicas para su exportación a los teatros bélicos de Medio Oriente y África para alimentar a sus tropas. La cuestión es que privó de alimentos a la población bengalí sin ofrecerle ninguna alternativa. La hambruna de Bengala de 1943 se puede recordar como una de las desgracias más espantosas que haya vivido la Humanidad por la cantidad de afectados y las condiciones horribles a la que se vieron sometidos los bengalíes. El gobierno británico, dirigido por Winston Churchill, hizo oídos sordos, no sólo a la población india, sino incluso a sus mandos militares y civiles apostados en Bengala. Una prueba de ello fue cuando el virrey de la India Percival Wavell le hizo saber la crisis alimentaria que padecía Bengala, el Primer Ministro británico se limitó a responderle con un sarcástico y lacónico telegrama: si la comida era tan escasa “por qué Gandhi no había muerto todavía.” Se podría escribir una antología de frases despectivas de Churchill hacia los indios pero traemos a colación la siguiente en la cual desliza su racismo: “odio a los indios, es un pueblo bestial con una religión bestial. El hambre es enteramente su culpa porque se reproducen como conejos.” Las autoridades británicas, faltas del apoyo de su propio gobierno, mostraron más lucidez o, al menos, mejor intención de intentar paliar en lo posible los efectos de la hambruna. Se repartieron comidas gratis para la famélica población e incluso las autoridades confiscaron cerca de 250.000 kilos de arroz , descubiertos en tres almacenes de Calcuta y puestas a la venta a precio de tasa. El escándalo por la negligencia en la hambruna de Bengala no se podía disimular ni ocultar y el mismo secretario de Estado para la India, Mayor Amery, tuvo que dar cuenta en la Cámara de los Comunes detalles de la situación en Bengala y reconocer que la mortandad había sido superior en un 30 por 100 a lo normal.[3]

          La hambruna de Bengala de 1943 no fue la única de la historia india, ni tampoco una excepción del dominio británico del subcontinente indio, por desgracia, fue una constante en su historia. Las imágenes de esqueletos vivientes deambulando por las calles de Calcuta no fueron conocidas en la lejana Londres que hizo autismo ante la tragedia india. El Premio Nobel bengalí, Rabindranath Tagore en una descarnada descripción de lo acontecido declaró: “La falta crónica de alimentos y agua, la falta de saneamiento y asistencia médica, el abandono de los medios de comunicación, la educación nacional deficiente y el espíritu prevaleciente de depresión que me he visto en nuestro pueblo después de un siglo de gobierno británico me hacen desesperar de sus beneficios.

 

 

[1]“Mercurio Histórico y Político”. 4/1771.p.46. Biblioteca Nacional de España.

[2]“Historia del Mundo Contemporáneo”. Antonio Fernández. Editorial Vicens Vives.1993.pp.239-240.

[3]Ver “Duero” (Soria) 22 de Septiembre de 1943.

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