INSTITUTO DE INDOLOGÍA

JULIO JUBERÍAS GÓMEZ

 

In memoriam

 


 

A finales de junio pasado nos llegó la triste noticia del fallecimiento de Julio Juberías Gómez, Socio de Honor del Instituto de Indología. Casi desde los primeros momentos de la puesta en marcha del Instituto, estuvo Julio presente con su apoyo y su entusiasmo. Sus actividades empresariales en Asia y, en concreto, en la India,  le convirtieron en un buen conocedor del subcontinente, de su realidad social y económica y, por supuesto, de su cultura. Juberías intervino varias veces como conferenciante en los ciclos de conferencias sobre la India celebrados por el Instituto en Madrid y en los cursos de verano sobre la India que el Instituto ha promovido con carácter bienal dentro de los que organiza la Universidad Complutense en El Escorial. Ni que decir tiene que las conferencias de Julio han tratado sobre economía, en una doble vertiente: la situación económica de la India y las relaciones comerciales de España con la India

Destaco de él su espíritu de trabajo, sus excelentes relaciones sociales como empresario, su afabilidad y su bondad, y, por supuesto, su amistad. Asistía Julio fielmente a las asambleas del Instituto, y de sus intervenciones recordaremos siempre sus buenos consejos administrativos y ejecutivos. Podría seguir hablando más de sus méritos y su relación con nosotros, pero prefiero seguir con la semblanza que le dediqué en diciembre de 2006. La semblanza fue leída delante de Julio y de otros, en la presentación de una de sus intervenciones, pero nunca fue publicada, y ahora adquiere, en estos momentos luctuosos, un significado especial, como si Julio siguiera aún entre nosotros.

Descanse en paz.

 

JULIO

 

Julio Juberías es, hasta el momento, el único socio de honor de nacionalidad española con que cuenta el Instituto de Indología. Para obtener esta distinción, que él no se esperaba, y que no se consigue así por así, sin duda alguna Julio ha tenido que hacer muchos méritos.

Pero antes de contar la historia, fijémonos ya en un rasgo que llama la atención en Julio, un rasgo externo, que parece no tener importancia, pero que en el mundo en el que él se mueve, el mundo de los emprendedores y de la empresa, sí que creo que es un valor añadido: su considerable estatura.  ¿Quiere decir esto que un señor bajito está condenado a no ser un buen empresario? Ni por lo más remoto. Líbreme Dios de pensar algo semejante. Sin embargo, el hecho es que en cualquier convocatoria a la que acuda Julio −por ejemplo, una recepción en el jardín de la residencia de la Embajadora de la India− su altura le hace distinguible por encima de muchas cabezas. En una reunión concurrida no hace falta preguntar a nadie ¿dónde está Julio? Enseguida se le ve despuntar, atendiendo afablemente a un interlocutor o interlocutora, oscilando levemente mientras escucha o habla. Su manera de hablar es pausada y meditada. Porque esa es otra de las virtudes de Julio: la serenidad, sin duda la mejor y más civilizada arma que se precisa en el oficio empresarial, junto a unas buenas dosis de diplomacia.

En la fecha emblemática del año 2000 se nos ocurrió organizar un ciclo de conferencias bajo el título de «La India de ahora y de siempre». Se lo comentamos a Julio y él nos dijo que nos pusiéramos en contacto con la Cámara Oficial de Comercio e Industria de Madrid. Así lo hicimos, y esta institución, con el aval de Julio, nos recibió con los brazos abiertos y nos ofreció su soberbio «Salón oriental». Aunque ornamentado con pinturas y objetos chinos, lo de «oriental» nos venía como anillo al dedo. El ciclo de conferencias −con una conferencia a la semana− duró dos cuatrimestres, es decir, ocupó buena parte de ese año emblemático. Mientras el siglo XX llegaba a su final, recuerdo aquellos días como de especial felicidad (como sin duda recordaré los que estamos viviendo ahora): todo el mundo quedó encantado, el público, los responsables de la Cámara y nosotros. Y todo eso se lo debíamos a Julio: pasearnos por las dependencias de aquel edificio admirable, un palacio del siglo XVIII, obra de Pedro de Ribera, con entrada principal por la calle de Huertas, y con la posibilidad de disfrutar de un salón que, si lo hubiéramos alquilado, nos hubiera costado una millonada.

Pero no son esos los únicos buenos oficios que le debemos, pues también se hizo notar su pasión por la India y su amistad hacia el Instituto de Indología años antes, en los actos que, con motivo del 50º aniversario de la independencia, tuvieron lugar en 1997, en la sede de las Cámaras de Comercio, Industria y Navegación de España, y donde celebramos nuestro primer ciclo de conferencias.

Quiere esto decir que la figura de Julio ha estado siempre vinculada al Instituto, prácticamente desde su fundación. Y, más allá de los negocios, siempre le ha animado lo que todos tenemos en común: el amor a la India. Julio Juberías es nuestro Marco Polo, nuestro gran viajero, y también nuestro asesor de marketing. Con frecuencia nos da sabios consejos, con explicaciones, que nosotros, por lo general gente de Letras, tratamos de asimilar y, con las inevitables torpezas, de llevar a la práctica. Nos abre horizontes mucho más amplios que lo que suelen ser los espacios habituales de la actividad académica.

Él sabe, como también sabemos nosotros, que en la India se aúnan armoniosamente −quizá mucho más que en cualquier otro país− lo cultural y lo comercial. El empresariado español interesado en la India tiene en Julio a uno de sus más genuinos representantes, y la India, a su vez, tiene en él una de sus avanzadillas en el actual panorama empresarial de España.

En todas las reuniones, la estatura de Julio, a la que antes me refería, se corresponde simbólicamente con la estatura del gigante asiático, de la India. Si la India es una economía emergente, también Julio emerge sobre todas las cabezas. Cuando le veo, su sola presencia me habla de grandes empresas, y pienso en esas fábricas, especialmente las agroalimentarias, reproduciéndose vertiginosamente como hongos a lo largo y a lo ancho del subcontinente indostánico. Porque Julio, durante muchos años, ha sido directivo del Grupo Agrolimen S. A., y, dentro de esa actividad, que tanta relación ha tenido con Asia y, sobre todo, con la India, destaca una especialmente dulce: ha sido Consejero General de Confitería India. Es decir, que Julio se propuso endulzar la vida de millones de personas, y lo consiguió.

Hoy día es imposible entender la India actual sin tener en cuenta sus transformaciones económicas. Primun vivere, deinde philosophari, dice el proverbio latino, y en esas empresas anda metido Julio. Y el refrán castellano afirma: «Donde no hay harina, todo es mohína». Hay quien piensa ya, apocalípticamente, que muchos valores tradicionales se van a perder en la India con tanto desarrollo económico. Pero ¿qué valores? habría que preguntarse. Creo que el estómago vacío no es buen consejero ni para la felicidad ni para la filosofía –¿verdad, Julio? No todos tenemos madera de renunciantes. La India está a las puertas de un desarrollo hasta hace poco inimaginable, y, como quiero ser optimista, creo que el indio del futuro inmediato, de este siglo XXI, seguirá meditando, encendiendo velas a sus dioses y practicando yoga en los momentos en los que no está escribiendo en el ordenador, hablando por el teléfono móvil o conduciendo un coche marca TATA  por alguna autovía.

¡Ánimo, Julio! Tú eres el experto economista del Instituto de Indología. Y tienes ahora la palabra y las cifras. 

(Pedro Carrero Eras)

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